AMORES QUE CONOZCO BIEN
En la Argentina existía un programa de radio que tenía una
sección llamada “Cartas de amor prohibido”, donde los oyentes narraban en
primera persona encuentros memorables, que por algún motivo se veían obligados
a callar ante los demás. Jefes casados, hijastros o padrastros, cuñados, y
hasta consuegros, protagonizan esos relatos de amores apasionados.
¡Apasionadísimos!...
Y fantásticos.
Sí, porque cuando a la gente se le pide que cuente su propia
historia de amor, la realidad de inmediato comienza a adornarse de fantasía.
Basta oír a un grupo de hombres charlando en la oficina, o a
mujeres sentadas a la mesa de un bar. ¡Pura imaginación!
Por eso jamás escucho las historias de los que me dicen que me van a contar su historia. En cambio me fascina prestar atención a las cosas que pasan a la vista de todos, y sin embargo se callan, a las que ocultan, a las que cuentan cuando están tristes o desesperados.
De eso se nutren mis novelas: gente real, hechos reales. Sin
adornos, sin personajes perfectos.
Luego soy yo la que adorna, la que cambia, la que crea, para
resaltar una virtud o criticar algún defecto.
Mis novelas siempre surgen de una realidad que conozco bien.
* * *