sábado, 22 de septiembre de 2018

Acerca del poliamor y otras agradables tonterías.











Acerca del poliamor y otras agradables tonterías.

Un zorro, que se paseaba por el bosque, cayó en una trampa que le habían preparado unos cazadores.
El astuto animal hizo muchos esfuerzos por escapar de la trampa y sólo lo consiguió perdiendo la cola que, para él, era su mejor adorno.
—¿Qué hacer ahora sin mi magnífica cola? —se decía entre sollozos—. Todos mis compañeros se burlarán al verme. Pensando, pensando, se le ocurrió reunir a todos los zorros del bosque, a quienes arengó:
—La cola es un apéndice molesto y no sirve para nada, ¿ven? Ya la he cortado.
Le escucharon las raposas con atención. Mas una de ellas, la más vieja y ladina, repuso al instante:
—Tienes sobrada razón. Pero, ¿por qué no nos diste ese consejo cuando todavía la tenías?
Esopo, El zorro sin la cola







Muchos años atrás solía despertarme con las noticias. Escuchaba mentir a los políticos con descaro, y por fortuna para ellos alguna laguna de mi memoria lograba una duda razonable que servía para exculparlos. Pero los tiempos cambiaron, aunque los políticos no. Y de repente, gracias al auxilio de youtube, podemos tener la certeza de lo que antes temíamos, (¡y de la boca de los mismos acusados!). ¿Hizo esto que los políticos dejaran de mentir? ¡En absoluto! Lo hacen descaradamente diciendo que nunca conocieron a aquel por el que ponían las manos en el fuego, o criticando con encono al mismo funcionario que ellos mismos eligieron.
Quizás por el cansancio que la mentira me produce, (leo los diarios desde que tenía siete años), me juré no volver a encender la tele a la hora de las noticias. Pero el otro día, un poco cansada de escuchar mi propia voz, tomé el control, (siempre es bueno tener el control sobre algo), y lo hice.
¡Craso error!
Había allí un “panel”. Es decir, un grupo de gente que no sabe de nada, dispuesta a opinar sobre todo. Una nueva forma de mediocridad, que intenta no hacer sentir tan mediocre al televidente. Pero la discusión ese día no pasaba por lo político, sino por cierta actriz que hace unos veinte años se hizo famosa por su belleza precoz, y que ahora, gracias a su propia naturaleza y habilidades ajenas, sigue siendo hermosa, (¡bien por ella!). Sucede que la pobre cometió la estupidez, (sobre todo viniendo de alguien que basa su popularidad en la simpatía y llegada a la gente), de apoyar a cierta facción política hoy caída en cierta desgracia (“cierta” es un adjetivo que uso para ocultar el hecho de que en la Argentina nunca se sabe nada, y que los ciclos tienden a repetirse hasta el infinito)
Digamos que una vez caído el gobierno en cuestión nuestra estrella comenzó a pasarla mal en los reportajes. Así que, como buena sobreviviente que ha demostrado ser, dio un rápido giro, convirtiendo su vida privada, de la que antes era celosa, en un show mediático. Apareció entonces un novio varios años menor, y un embarazo inesperado. ¡Y no hay nada más vendedor que un embarazo a la hora de conquistar el apoyo de las masas!
Todo parecía dicha y felicidad. Pero siempre hay un malvado que quiere apropiarse de lo que es nuestro, agazapado en la penumbra para robarnos lo que nos ganamos con tanto esfuerzo. Porque, tengo que decirlo, nuestra actriz vive peleando por mantenerse en el candelero, y hasta ahora siempre lo ha logrado.
¿De qué se reían entonces los del panel? (Sí, porque parecían hablar seriamente, pero era obvio que disfrutaban con la desgracia ajena). Sucede que se hicieron públicos unos audios “hot”, (un eufemismo para “obscenos”), entre la joven pareja de nuestra estrella y una señorita ignota, ardiente de fama. Una situación íntima y desafortunada para cualquier persona, pero que, como si a nadie le hubiera ocurrido, todos se apuraron a hacer pública.
¿Qué es esta estupidez de pedirle explicaciones al otro por las infidelidades de su pareja? ¿Acaso es él también culpable por la situación?
Estoy segura de que muchos gritarán que sí, que siempre lo que ocurre en una pareja es culpa de los dos. Puede ser. Pero creo que cada uno tiene que hacerse cargo de sus propios errores, y nunca asumir penas ajenas.
Sucede que nuestra estrella, de nuevo acuciada por la prensa, primero dijo que se trataba de algo del pasado, lo que de inmediato fue desmentido, para luego terminar confesando que tenía una pareja abierta y que entre ellos practicaban el poliamor.
¡Bien por ella! Como siempre logró mover el eje de la discusión hacia terrenos que la dejaban mejor parada, demostrando su inteligencia.
¿Entonces? ¿Qué motiva esta digresión matinal?
Lo que me puso fuera de quicio fue el famoso panel de la tele. En especial una tierna adolescente que promediaba sus treinta añitos de tonterías. Mientras los demás se burlaban por el intento de la actriz por enmascarar sus cuernos, la dulce niñita proclamaba a voz en cuello que la aceptación del poliamor era una cuestión generacional. Que cualquier joven entendía los vaivenes de la pasión como algo propio de cualquier pareja estable. No importa que para muchos el poliamor haya sido una forma de vida durante los últimos… veinte siglos. Para ella era una novedad absoluta, conquista de los más jóvenes.
Tengo que decir que he luchado toda mi vida contra las mentiras generalmente aceptadas como verdad. Pero no por eso dejan de irritarme.
Me escuece escuchar a un muchachito que ha descubierto a Marx algunos siglos después, asegurar que a los oligarcas hambrientos de poder los dominaría el pueblo, sin pensar que esos mismos oligarcas, justamente por su hambre de poder, no tardarían en disfrazarse de pueblo para seguir haciendo exactamente lo mismo. Porque las políticas cambian, pero los hombres siguen teniendo las mismas fallas.
O me pone loca que se apoye que una pobre ilusa vaya a su clase en el liceo sin sostén, sólo porque tiene el derecho a que los demás la respeten, cuando todos sabemos que tenemos el derecho de no ser robados, pero nadie se atreve a irse sin echar llave a su casa.
Son los dobles mensajes, o la presunción de que la tierra está poblada de ángeles, lo que me subleva. Y quizás por eso escuchar a una niña con arrugas plantear con superioridad que ahora ya nadie se ofendía por compartir un amor me hizo prometerme no volver a encender la tele a esa hora de la mañana.
¿Desde cuándo nos volvimos tan generosos? ¿No prestamos el auto, y entregamos sin problemas a nuestro novio? En este mundo en que el tiempo no alcanza para nada, y hacer el amor deja un hueco en nuestra agenda, ¿estamos dispuestos a chequear horarios con los demás “compromisos” de la persona que amamos?
¡Cuidado! Ser una mujer moderna no significa necesariamente estar satisfecha.
Y los que más hablan suelen ser los que tienen demasiado para callar.
Besos!
Clara

jueves, 8 de febrero de 2018

MAR DEL PLATA MON AMOUR







Para muchos Mar del Plata es una hermosa playa, la más popular de la República Argentina, ubicada en el suroeste de la provincia de Buenos Aires. Pero para mí es un lugar en medio de mi memoria, junto con los recuerdos felices de veranos pasados con amigos y primeros amores.
Tengo que decir que nunca fui una mujer insegura de mis capacidades para conquistar a un hombre. Ponía el ojo en los tipos correctos, los que además de una cabellera hermosa tenían cerebro, los que desarrollaban músculos y sentimientos en una armonía refrescante. Yo sabía que tenía grandes chances de atraer con cierta facilidad a esos objetos de mi deseo. Charla inteligente, sonrisas encantadoras, menear un poco el pelo, (y discretamente también algunas otras partes de mi anatomía), me convertía en atractiva a sus ojos. Sabía cómo hacerlo, y me encantaba demostrarlo.
Así, siempre me valí del encanto que todas las mujeres tenemos naturalmente. Pero en Mar del Plata…
¿Alguna vez les conté que, aún cuando pesaba cuarenta y cinco kilos, tenía, (y por desgracia tengo, porque eso es lo único que no se pierde con los años), unas bellísimas piernas gordas con su celulitis correspondiente? Bueno, quizás no eran taaaan gordas, pero lo suficiente como para desentonar con el resto de mi cuerpo armónico. Y así, los mismos tipos que perdían la cabeza por mí al verme en tierra firme, se perdían en la profundidad del mar si me conocían en la playa. ¡Y Mar del Plata tiene unas playas enormes! Podía decirse que mis mallas eran como elementos disuasorios comprobados para iniciar cualquier romance. Mi kriptonita del amor.
Yo lo asumía un poco divertida y muy resignada. Total mi peso variaba entre muy flaca, flaca, normal, gordita y gorda. Y ya había aprendido que el sexo opuesto no estaba tan atraído por la balanza como por una sonrisa contagiosa y un gesto amable y divertido.
¿Sonó como que podía conquistar a cualquiera sin esfuerzo? ¡Claro que no! Tal cosa no existe, ni para mí ni para Sol Pérez, (no me pregunten quién es Sol Pérez o qué hizo, porque no lo sé, pero puedo asegurarles que gracias a la Intenet conozco más su culo que el mío). La conquista implica siempre un trabajo arduo, y su éxito depende de factores tan variables como: las cualidades del ser a conquistar, la propia predisposición, y, por supuesto, lo inclinada que esté una a abrir las piernas con cualquiera, porque, ¡vamos!, los hombres son más fáciles que la tabla del uno.
El verano del que les voy a hablar fue hace muchísimos años. Dejaba atrás la gordura de la adolescencia para adentrarme en una atrayente normalidad. Tenía dieciocho años, iba a la facultad, y me había enamorado. Fue la primera y última vez en mi vida… Y no, no estoy hablando de mi marido. De mi marido no me enamoré. Es más, era el último tipo sobre la tierra del que quería o buscaba enamorarme. Quizás porque decididamente mi marido no es “mi tipo”. Él simplemente es. Y amarlo fue tan incómodo como imposible de evitar. Con mi amigo, en cambio, las cosas fueron desde un principio muy distintas. Él sí era mi tipo: atlético, rugbier, con un cabello renegrido y ligeramente rizado, y unos ojos color caramelo que te clavaba con impertinencia y parecían poder ver hasta lo profundo del alma. Con una sensibilidad exquisita pero perturbadora, desordenada. Éramos compañeros en los primeros años de la facultad. Luego él dejó la carrera, como ya había hecho otras tantas veces, sumando las ciencias económicas a una larga lista de intentos fallidos. Pero mientras estuvimos cursando juntos, cada día resultaba emocionante por esa posibilidad que la amistad acercaba y alejaba a la vez.
Sería injusta con él si dijera que no intentó algo conmigo. Tres veces lo hizo. Siempre entre risas y medias palabras, (cuestión de no ahogarse si la pileta estaba vacía). Y las tres veces yo le respondí con más risas y burlas, denegando la invitación que decía no tomarme muy en serio. ¡Pero claro que lo hacía! Porque las mujeres somos así, y nos tomamos en serio hasta las propuestas más mentirosas de los hombres. Pero siempre fui una mujer más práctica que romántica, y sabía que mi vida, (o el rato de atención que me prestara), junto a un galán semejante sólo podía ser para desgracia. Salir con alguien que estaba varios escalones por encima en apariencia física, y varios escalones por debajo en sensatez y sentimientos no era una buena idea. No lo parecía entonces, a mis dieciocho, y menos lo parece ahora.
Cuando dejó la facultad pensé que ese gran amor inconcluso podía considerarse un capítulo terminado a su manera, con final abierto. Pero el destino se encargaba de reunirnos una y otra vez. Y él era muy lindo, y yo quizás demasiado cauta. Aunque, ¿se puede ser demasiado precavido en cuestiones de amor?
Y ahí estaba yo, ese verano en Mar del Plata. Conociendo chicos en la costa que luego, inexorablemente, se perdían en la playa. Estaba junto a mi ex mejor amiga, (esa, les aseguro, es otra historia), que por entonces estudiaba Letras.
Las salidas, sin embargo, eran con chicos y chicas de Económicas. Y más que nada con una compañera de estudios: una morena escultural, de pechos como no he visto otros, piernas largas y una vocesita suave que prometía una estupidez encantadora y que no tenía nada que ver con su cerebro rápido e inteligente. Era de imaginar entonces que cuando las dos posamos nuestros ojos en un chico, un pibito con familia millonaria, ese chico la prefirió a ella, (vamos, que incluso yo hubiera hecho lo mismo). Y ahí estábamos los cuatro, mi ex mejor amiga y yo, junto a la parejita feliz, en la estancia de la familia de él. Porque Mar del Plata tiene eso. Además de unas playas anchas, desmesuradas, con un mar bravío como sus habitantes, está rodeada de campo y vacas.
Todo resultaba interesante. La gente de la estancia, que hablaba del heredero con el cariño fiel de trabajadores que lo habían visto crecer, intentaban ganarse a la novia. Mi ex amiga y yo escuchábamos las anécdotas un tanto aburridas, aunque encantadas con el entorno agreste.
Y entonces, cuando el paseo acababa, apareció él. El hermano mayor de mi amigo. Y con la misma mirada profunda e inquietante del otro, el único hombre del que me había enamorado en mi vida. La conexión entre nosotros fue inmediata. Como si él supiera. Como si hubiera formado parte de eso que el otro y yo nunca pudimos construir.
Esa noche fuimos a Cabo Corrientes, el punto más inmerso en el Atlántico de toda Mar del Plata. Tomamos unos tragos. Entre amigos propios y ajenos éramos una pequeña multitud. Pero para todos los que nos rodeaban quedaba claro que sólo éramos él, el hermano de mi amigo con su mirada inquietante, y yo. Charlamos toda la noche, reímos, construimos una intimidad propia de viejos amigos pero con el misterio y la fantasía de los que recién se reconocen.
Quedaba claro para todos que algo muy fuerte había sucedido entre los dos. Así me lo hizo saber mi ex amiga, enfurecida, ni bien nos quedamos solas. Se enojó por no haberla incorporado a la charla, por dejarla a un lado, o, lo único que no dijo, por no haber sido ella la que conquistara a semejante galán.
Mi compañera de la facultad también se apuró a acorralarme, fantaseando con ser concuñadas. Salir juntos los cuatro.
¿Ya dije que a pesar de que parezca lo contrario, no soy tan romántica como práctica? Por alguna deformación en mi cerebro no puedo atender tanto a lo que la gente dice, como a lo que calla. Y entonces lo vi con claridad: a mi compañera le gustaba su cuñado. Su novio era lindo, gordito, buenazo, (que es una forma simpática de decir medio tonto), y, sobre todo, estable. Un buen material para marido. El hermano, en cambio, era arrebatador. Inquietante. Con fuego en la mirada, y una sexualidad contenida por encontrarse entre buenos chicos de una universidad católica.
La cita era al día siguiente en la playa. Y no sólo yo lo esperaba, sino todas las mujeres que habían compartido con nosotros esa noche en Cabo Corrientes. Algunas por curiosidad, otras  por… No sé. Pero el hermano de mi amigo nunca apareció. Ni ese día ni los siguientes. No lo volví a ver nunca más en toda mi vida.
No fue una gran decepción. En mi mente la imagen de él estaba muy confundida con la de mi primer enamorado, y era igual de peligrosa. Pero nunca dejé de fantasear sobre las razones de su desaparición. ¿Mis piernas gordas avistadas a la distancia? ¿Mi perfil de niña seria y ñoña, alejada de toda cama que no fuera la propia? ¿O, lo más probable, un vano intento por evitar a la mujer que lo inquietaba, que lo había inquietado siempre, y que por desgracia era su propia cuñada? Me inclino más por esta última. Nunca gané a un tipo en la playa, pero tampoco perdí a uno ya conquistado en ella. Y él no parecía demasiado preocupado por mi ñoñez. Dudo que eso lo alejara. Más bien parecía fascinado por el reto. No, allí había algo más. Esa noche yo le había hablado todo el tiempo al que a esas alturas ya era mi asignatura pendiente, y no al que estaba sentado junto a mí. De la misma forma creo que sus palabras, tanta intimidad y cercanía, también tenían otra destinataria.
Por desgracia nunca me enteré del final de la historia. El tiempo nos fue separando. Seguí avanzando en la carrera, mientras los otros quedaban atrás un tanto empantanados.
Con respecto al objeto de mis desvelos, tengo que decir que por aquel entonces apareció mi marido. Y me di cuenta de que el amor era algo muy distinto a estar simplemente enamorado, y que era lo suficientemente impertinente como arrastrarte en sus aguas tumultuosas sin pedir permiso ni permitir cálculos. Y esta vez yo me dejé arrastrar. Vamos, que soy práctica, pero tampoco estúpida.