Por ningún motivo subas esto a la red
Queridísima
Repara Corazones
Disculpa
la demora en comunicarme, pero como siempre mi vida ha sido demasiado
complicada. Como tú bien dices soy un poco “tocadiscos”, pero por fin estoy
feliz… Todo es maravilloso. Y no creas que no le doy crédito a tus consejos:
ellos tienen mucho que ver con lo bueno que me está pasando
Te
pido mil perdones por comunicarme contigo a través de tu correo privado, pero te
ruego que por ningún motivo subas esto a la red.
No lo
vas a creer, pero a pesar de trabajar en sistemas nunca había pensado lo
vulnerable que uno se vuelve al hacer pública su intimidad. Es decir, lo sabía,
pero no lo había pensado. Es como cuando te dicen que un rico helado dura cinco
minutos en la boca y toda una vida en tus caderas. Sabes que es cierto, pero te
resulta imposible no caer en la tentación. Lo mismo me ocurrió a mí con tu
columna. Estaba vagando por ahí en la red, cansada, aburrida, sola, ¿por qué no
liberar mi alma contigo? Y empecé a hablar. Y a decirte cosas que no me atrevía
a confesarme ni siquiera a mí misma. Cosas tan íntimas, que hacerlas públicas
me volvía extremadamente vulnerable.
Y
ahora sí, una última confesión: siempre fui yo. La de las primeras
cartas, y también la de la última. Este será un secreto entre nosotras. Dejemos
confundidas a las lectoras de tu blog. Y no te lo pido por maldad o por enredar
la historia, sino porque aprendí mi lección: la red es peligrosa a la hora
de ser una misma.
Mejor
voy por orden… ¿Recuerdas que estaba escribiéndote desesperada desde ese hotel
de parejas, repudiada por mi novio y acosada por mi jefe y mis compañeros de
trabajo? ¿Recuerdas que sólo por olvidar mi soledad, o quizás para regodearme
en mi dolor, había puesto ese canal de cable en que todo el tiempo hablan de
crímenes, asesinatos y cosas horrendas, y que de repente interrumpí mi
comunicación contigo? Bueno, pues lo creas o no, en ese canal estaban hablando
de Vanina, (la ex de mi ex). Claro que no precisamente de ella, sino de su historia.
Una muchacha NORTEAMERICANA, es decir, que vive a miles de kilómetros de mi
bella Argentina, estaba contando con todo detalle la misma historia de
acoso que nos había relatado la malvada de Vanina al inmiscuirse en nuestras
vidas. ¡Todo estaba ahí! La persecución, la angustia, ¡y hasta el viaje a
Disney con su sobrina! ¡A Disney! Que para la señorita de la televisión
significaba que su acosador era capaz de subirse a un bus y recorrer unos
cientos de kilómetros por su obsesión, pero que en el caso de Vanina se
engrandecía por la infinita cantidad de tiempo y dinero que alguien estaba
dispuesto a invertir en perseguirla. ¡Disney!... Ni siquiera tuvo la suficiente
inteligencia como para cambiar ese detalle. ¿O será que nuestro “Parque de la
Costa” no le resultaba tan glamoroso? Cuestión que ahí mismo me di cuenta de
que era víctima de la más horrible traición. ¡Y de repente todo me cerraba!
¡Por eso la muy yegua había borrado su historial de la red!: para que yo no
pudiera chequear su relato. Por eso su madre de repente se mostraba encantadora
con Guille: ¡para que su nena pudiera salirse con la suya! Y también entendí
todo el enredo con Mariano y mi jefe: seguramente ella había revisado mi
laptop, chocado con la estúpida correspondencia que te dirigí, y aprovechado el
dato para mandarles llamaditas obscenas no sólo a ellos, sino incluso a Michel,
desde mi propio móvil, que había robado previamente de mi propio bolso, en mi
propia casa, mientras mi propio novio andaba por allí.
Y
entonces dejé de llorar. Y me enfurecí: Vanina podía ser más linda que yo y
tener las piernas más largas, pero seguro que yo podía manejarme en la red
mucho mejor que ella. Claro que unos meses atrás había intentado rastrearla sin
éxito, pero no con tanto empeño y furia como tenía ahora. Así que primero
busqué fotos de mi novio, (el jamás sube nada, pero nunca falta el desubicado
que, a pesar de los ruegos, escribe el nombre completo de todos), y entonces di
con mi tesoro: una foto de Vanina. ¿Tengo que decir que ella era la única no
etiquetada de una foto grupal? Pero, vamos, ¿trampitas a mí? Ahí saqué mi arma
mágica: el reconocedor facial. Busqué por toda la red fotos que pudieran
coincidir con esa, ¡y había miles! Como todas las lindas, Vanina resultó muy
afecta a dejarse fotografiar por cualquiera. Y en muchas de esos retratos
aparecía con hombres. Todos súper lindos, por supuesto. Pero sólo uno llamó mi
atención. Debía superar los cincuenta años, y por cómo la miraba
definitivamente no era el padre. Como te imaginarás no tardé ni un minuto en
googlearlo. Resultó ser un rico empresario que aparecía con frecuencia en esas
revistas que se leen en el salón de belleza, y que exhibía a Vanina con el
mismo orgulloso desdén con que mostraba su reloj o su auto. Ese y no otro debía
ser su presunto acosador, me dije. Y entonces tuve una repentina inspiración.
Corrí al centro comercial más cercano, me hice peinar, y compré en el último
negocio todavía abierto la ropa más cara, (ya lloraría mi tarjeta de crédito
después), y sin pensarlo dos veces me dirigí a la dirección robada en la red.
Era un bello piso, en un edificio imponente de la avenida Libertador. Allí me
acerqué al guardia de seguridad y le pedí que le entregara una tarjeta al señor
Juan José, (lo dije así, omitiendo el apellido, para que pensara que se trataba
de algo personal). El tipo aceptó de inmediato, porque resultaba obvio que no
era la primera vez que Juanjo recibía ese tipo de visitas a altas horas de la
noche… Te preguntarás qué puse en la tarjeta… Nada más fácil: “Tú y yo tenemos
algo en común: ambos odiamos a Vanina”. Tardó casi media hora en llegar una
respuesta, y fue la media hora más larga de mi vida, pero al fin el guardia me
acompañó al elevador.
Al
entrar al piso me quedé boquiabierta. Y no sólo porque era increíble, sino
porque las fotos no le hacían justicia al tal Juanjo. Estaba re lindo. Tanto,
como para vivir un complejo de Edipo sin culpas. Era una especie de George
Clooney con panza. Nada mal. Y nada mal tampoco su forma de recibirme.
Obviamente lo impresioné, porque como te dije no tendré las piernas taaan
largas como Vanina, pero también tengo lo mío. De inmediato quedó claro que me
había hecho subir no tanto por odiar a la yegua, sino por pura curiosidad. Y
después de un rato de charla pude darme cuenta de que, una vez clara la
imposibilidad de conquistarme, lo divertía arruinarle un poco la vida a su ex.
¡Y qué ex!
¡No
vas a creer la historia vista desde el lado de Juanjo! Había conocido a Vanina
por casualidad, pero de inmediato ella se le pegó como sanguijuela. Por las
dudas me aclaró, aunque no era para nada necesario, que eso es algo que le
ocurre a diario: las chicas lindas suelen tener una peculiar atracción por los
señores con dinero, aunque más por el dinero que por los señores… ¡Te juro! ¡Lo
dijo así!... Y por supuesto quedé encantada con su frescura y sinceridad. Y es
que ocurre algo raro con Juanjo: él no necesita presumir para enamorar a una
mujer. Hay algo en su forma de ser que te seduce sin que te des cuenta…
Bueno,
como tantas veces desde que se separó de su primera esposa, comenzó otra
relación casual, esta vez con la yegua. Y todo iba bien con Vaninita, pero no
podía dejar de extrañarse por la dificultad horaria que tenía la niña a la hora
de las citas. No tuvo que apretarla demasiado, (en más de un sentido), para que
terminara confesándole que estaba viviendo con alguien, en una relación más que
formal y aburrida, (¡pobre Guille!). Juanjo quiso hacerse a un lado, por
supuesto, (que, como él dice, ya no tiene edad para jugar a esas cosas), pero
la muy taimada de Vanina le cayó un día en su piso, hecha un mar de lágrimas y
con una maleta en las manos, y le dijo que por su culpa había cortado la
relación con su novio, pero que ya era libre de mudarse con él. Claro que
Juanjo se extrañó. Ni siquiera le había sugerido algo semejante. Pero como es
un dulce, un verdadero caballero como quedan pocos, la cobijó, (en más de un
sentido).
Al
principio todo fue bien. Pero poco a poco el pobrecito notaba más y más esa
extraña afición de ella por gastar dinero ajeno. No trabajaba, no estudiaba,
pero siempre estaba comprando algo. Y Juanjo no necesita la ayuda de nadie para
derrochar su fortuna. Sabe perfectamente cómo hacerlo solito. Cuestión que
luego de algunos meses de una relación bastante poco interesante en materia de
sexo, (¿Vanina era aburrida en la cama? ¿Por eso Guille no la había echado en
falta?), por fin él decidió amablemente mostrarle la salida de su casa. Pero,
(y esto, conociendo a Vaninita, lo creo puntualmente), la niña se atornilló al
lugar. Juanjo, de puro caballero, ofreció cederle su piso hasta que ella
consiguiera algo más, y se mudó a la avenida Libertador. Pero no tardó en darse
cuenta de que la muchachita estaba demasiado cómoda con el trato. Así que en
vez de enfrentarla, decidió dejar de pagar los gastos y que la justicia hiciera
el resto. ¿Tengo que aclararte que la desalojaron justo cuando ella hizo su
primera llamada a mi móvil?
Para
cuando mi anfitrión terminó su relato ya habíamos acabado una opípara cena en
el restorán más lujoso que puedas imaginar. Juanjo es encantador, y cuando se
ofreció a llevarme a casa tuve que confesarle también lo terrible de mi
situación personal. ¿Cómo iba a mudarme de ese sucio hotel si no podía volver
al trabajo? Tanto mi jefe como mis compañeros estaban convencidos de que era
una histérica, que primero los incitaba sexualmente de la forma más descarada,
para después dejarlos librados a su suerte.
De
nuevo Juanjo logró tranquilizarme. Me acompañó al hotel, y él mismo enfrentó al
gerente. Eso de “enfrentarlo” es una forma de decir, porque no fue tanta su
valentía, como el valor del billete que sostenía entre sus manos a la hora de
convencer al tipo para que soltara su lengua.
Resulta
que mi jefe, Mariano y Michel conocían demasiado bien ese hotel para parejas.
Sus visitas en horario laboral y fuera de él no resultaron pocas. Y por las
grabaciones de vigilancia que el gerente nos acercó, pude reconocer a varias
colegas casadas entres sus acompañantes. ¡Cómo nos reímos con Juanjo! Parecía
encantado con todo el asunto… Él mismo se ofreció a ir a negociar con mi jefe.
¿No es increíble que un señor tan importante pierda el tiempo conmigo?
¿Qué
dijo en mi oficina? No tengo la menor idea. Pero sí puedo asegurarte que desde
entonces trabajo en la calma más apacible. No sólo mis tareas se han reducido,
sino que los tontos de mis compañeros muestran ahora mucho más respeto por mí.
Luego
del trabajo te escribí mi carta anterior. Necesitaba limpiar mi imagen ante
Guille en el improbable caso de que, a instancias de Vanina, él estuviera
leyendo tu blog. Y además quería presentarle batalla a esa perra. Confundirla
lo suficiente.
No sé
si fui clara al describir a Guille. Él es muy bueno, pero un poco desconfiado y
cabeza dura. Y si yo me presentaba allí, contándole todo lo que había
descubierto de Vanina, él probablemente hubiera cortado con las dos. Es
demasiado orgulloso como para soportar sentirse estúpido. Así que tuve que
ponerme creativa…
Al
día siguiente le mandé un mensaje escueto, pidiéndole entrar al piso para buscar
unas pastillas. Claro que no las necesitaba en absoluto. De hecho, creo que
estaban vencidas. El malvado, como era previsible, me respondió que fuera a las
siete de la tarde porque no iba a estar presente. ¡Es muy rencoroso! Pero con
Juanjo ya lo teníamos todo planeado…
Llegué
al departamento vacío y no pude evitar que el estómago se me retorciera. Pero
recorrí los cuartos… Y respiré.
La
cama de Guille estaba sin hacer, pero el lado izquierdo aún lloraba mi
ausencia. Nadie se había acostado allí. Era evidente que las piernas largas de
Vanina no le habían alcanzado para llegar al dormitorio de Guille. ¿Pero por
cuánto tiempo? Tenía que actuar en forma contundente y rápida, así que tomé las
pastillas, (hay que ser coherente con las mentiras), olí un poco de cebolla que
Guille solía guardar en la heladera, y me puse a esperarlo con cara de llanto.
En
realidad no estaba segura de que fuera él el primero en llegar, pero era un
riesgo que tenía que asumir. Además, con Juanjo ya habíamos planeado algo ante
la contingencia de que Vanina apareciera inopinadamente.
Cuestión
que para cuando escuché la llave en la puerta corrí a la ventana, y puse mi
mejor cara de desesperada. Y como bien sabes, la desesperación me queda. Pero
bastó verme para que Guille enfureciera. “¿Qué estás haciendo aquí?” preguntó
con su peor voz, pero que a mí me resultó encantadora. Tuve que hacer esfuerzo
para no comérmelo a besos. Pero en cambio de eso señalé hacia la ventana con
horror. Él dudó por un segundo, y supe que lo había ganado.
“No
se va”, dije en un susurro, mientras señalaba el auto estacionado en la otra
calle, adonde el chofer de Juanjo que me había traído esperaba pacientemente.
“Tengo
miedo”, añadí en el momento preciso para verlo desfallecer. Y es que a Guille
le encanta jugarla de súper héroe.
“¿Es
otro de tus novios, siguiéndote?”, preguntó simulando indiferencia. ¡Qué
lindo!... Pero yo me apuré a responderle que era el mismo que había acosado a
Vanina, y que ahora venía por mí. Y que de seguro él, o alguien más, era el culpable
de la intriga para alejarme de la casa.
Guille,
mirándome confundido, por toda respuesta me obligó a correr escaleras abajo
para enfrentar al del auto. Pero conforme a lo pactado el chofer de Juanjo
arrancó ni bien salimos a la calle. Entonces, aún en medio de la acera, le
grité a Guille todo mi enojo por haber traído a Vanina a nuestras vidas y
exponerme a tantas cosas horribles. Y no había ni un ápice de falsedad en mi
reclamo.
Entonces
sucedió el milagro. Guille me tomó entre sus brazos y yo empecé a llorar como
si tuviera que llenar un océano. Y con la excusa de estar asustada, aproveché
para refregarme con voluptuosidad, y así recordarle por qué me había comprado
ese lindo anillo de casamiento.
¿Recuerdas
que te hablé de las llamadas al teléfono de línea, que se interrumpían cuando
yo iba a atender? ¡Claro que no se trataba de un acosador! Era una proveedora
de telefonía celular que intentaba hacerme cambiar de empresa. Mil veces llamó
sin éxito, hasta que por fin logró comunicarse conmigo. Pero fueron esas
llamadas las que me permitieron convencer a Guille de que yo también estaba
siendo perseguida.
Conforme
a lo que habíamos planeado con Juanjo, yo lo puse a él, el “ex” con dinero, en
el tope de los posibles acosadores. Otra vez, como si fuera la primera, hurgué
en la web para buscar el nombre y la dirección de Juanjo. Guille parecía
fascinado con la investigación. O, modestamente, conmigo, que lo miraba con
admiración cada vez que él se acercaba un poco más a los datos de mi cómplice.
¡Y eso que tardó mil años en encontrar la ubicación del piso de la avenida
Libertador!
En
seguida nos dirigimos hasta allí. El guardia de seguridad nos dio acceso
inmediato, lo cual podía resultar sospechoso, pero por fortuna Guille no se dio
cuenta de nada.
Juanjo
estuvo increíble. Contó su historia con Vanina, haciendo hincapié en que
comenzaron la relación cuando la malvada aún vivía con Guille. Yo lo vi
revolverse al pobrecito en su asiento. Estaba sufriendo, pero era por su bien.
Después mi buen amigo relató lo del piso y el desalojo, remarcando la fecha en
que la yegua comenzó a necesitar un lugar adonde vivir, y que justamente
coincidía con la aparición de su presunto acosador.
Mi ex
dudó un poco, pero Juanjo fue abrumador. ¡Se lo veía tan lindo! Seguro,
inteligente, galante… Aunque por supuesto Guille también tenía lo suyo.
“¿Quién
puede estar acosándote entonces?, preguntó mi ex, confundido. Y otra vez el
hermoso de Juanjo salió en mi rescate.
“Esto
es como con las cucarachas. Hay que apagar la luz y esperar a que aparezcan”,
dijo.
Por
desgracia Guille no es muy de las metáforas, y tengo que confesar que yo
tampoco, así que ambos lo miramos extrañados.
“Es
fácil. Esta bella joven deberá mudarse de nuevo contigo, y entonces, tarde o
temprano, el acosador volverá a aparecer”
Y así
hicimos. No sólo nos mudamos de nuevo juntos, (o más o menos, porque Guille
dormía en el sofá), sino que no le dimos ninguna explicación a la yegua de
Vanina. ¡No sabes cómo disfruté su cara cuando me vio aparecer con mi maleta!
¡Se puso como loca! Pero nadie le explicó nada. Ni la enfrentamos, ni le
reprochamos por sus maldades, ni nada. Sólo la golpeamos con nuestro
inquebrantable silencio. Juanjo nos había sugerido actuar así, para poder analizar
sus reacciones ante el acosador. El muy tonto de Guille aún pensaba que el tipo
existía, y que podía tratarse del mismo en ambos casos.
Por
supuesto las llamadas misteriosas que se cortaban de inmediato no tardaron en
reanudarse. Pero esta vez no era el tipo de la telefonía móvil, sino un
empleado de Juanjo, pidiendo por mí con voz sugerente. Y entonces Guille
explotó. Explotó con el pobre hombre, al cual empezó a gritarle por teléfono,
pero siguió con Vanina, a la que acusaba de ser la culpable de que un loco me
persiguiera. Ella se quedó dura, pero de inmediato razonó diciendo que debía
tratarse de algún truco inventado por mí. ¡La muy taimada! Porque sí, es
cierto, lo del acoso era una mentira. Pero por una buena causa…
¡Y
entonces ocurrió!
¡Al
fin!
En su
desesperación por demostrar que yo estaba mintiendo, la muy yegua terminó por
confesar que lo del acoso había sido un invento desde el principio. Que sólo
intentaba volver a la casa en que había sido tan feliz, etc., etc., etc.
¡Ni
Guille le creyó sus halagos! Quedaba claro que sólo volvió porque no quería ir
a vivir con la madre, (y, a juzgar por la llamada de “mami”, el sentimiento era
mutuo)
¡Tendrías
que haber visto la cara de la yegua cuando Guille la echó! ¡Fue maravilloso!
Claro
que me gustaría decirte que a partir de ahí mi vida volvió a ser la de antes.
Pero no. Es increíble cómo la realidad no deja de sorprendernos…
Una
vez con Vanina afuera de nuestras vidas, algo cambió en mi interior. De nuevo
empezaron las dudas. Guille me pedía disculpas, me abrazaba, y yo…
Yo le
pedí tiempo. No quería equivocarme otra vez. ¿Iba a quedar de nuevo atrapada en
la oscura rutina?
Esa
noche Guille volvió a dormir en el sillón. Y lo peor es que, además, se sentía
muy culpable. Confiaba ciegamente en mis palabras, y no podía dejar de
reprocharse por haber dudado de mí, arrojándome a un peligro del que tendría
que haberme salvado.
Yo
fui a trabajar como siempre, es decir, sistemáticamente desesperada. Sentía
culpa por engañar al hombre que se suponía que amaba, y miedo por tener que
empezar una aburrida rutina a su lado.
Las
ocho horas en la oficina se hicieron larguísimas, repletas de cavilaciones. Era
como si todavía no me resignara a cerrar esa etapa de la vida en que el impulso
proviene de los sueños. No quería ser como mi mamá o mi hermana. No quería
conformarme…
Y
entonces, mientras caminaba sin esperanza hacia el autobús, sentí que alguien
me estaba llamando.
Era
él. Mi George Clooney del subdesarrollo. Mi macho posmo entrado en años. El
regalo perfecto que se esconde en la tienda, luego de cambiar un regalo que
sólo parecía perfecto. Sí, ahí estaba Juanjo. Sonriente, divertido, seductor.
Subí a su auto casi sin pensarlo…
Y él
puso en palabras todos y cada uno de mis sueños. Habló de viajes juntos, mundos
maravillosos, aventuras impactantes…
Y
entonces entendí dónde estaba la verdadera felicidad.
Cuando
llegué al departamento de Guille en busca de mis cosas, él me esperaba con el
anillo de casamiento que llevaba tanto tiempo guardado en un cajón. Yo le eché
un vistazo, suspiré, y sin decir ni una palabra se lo regresé de inmediato.
Él me
observó con la mirada más triste de la que tengo memoria. Y entonces le confesé
la verdad. Le dije todo. Y cuando digo todo, es todo: hablé de mi cumpleaños de
treinta, del regalo perfecto que siempre aguarda en la tienda, del macho posmo,
del beso, de mi jefe, Michel… y Juanjo. Sobre todo de Juanjo y su mundo de
sueños perfectos… También hable de ti. Tenía que hacerlo…
Guille
me miraba confundido. Y entonces llegó el momento de hacerle mi última
confesión. Quizás la más horrible de todas…
Le
confesé que lo amaba con todo mi corazón. Pero que cada mentira dicha sólo por
no haber sido capaz de compartir con él mis dudas y mis inseguridades, me
alejaba horrendamente de merecer ese anillo. Yo, a diferencia de él, no había
sido honesta. Y eso me dolía en el alma. ¿Cómo se podía empezar un matrimonio
mintiendo? ¿Es que acaso terminaría siendo como mi madre o mi hermana? ¿Podría
conformarme con un amor a medias?
Claro
que no lo merecía. Y me bastó escuchar a Juanjo hablando de tantos paraísos
perfectos, para darme cuenta de que no había nada más perfecto que mirar una
película al lado de Guille, mientras nuestras manos se encontraban en un bol de
pochoclos recién hechos.
¡Cómo
quiero a Guille! Quiero su rutina, su aburrimiento. Él es, sin duda, el regalo
perfecto, porque aunque en la tienda haya otro mejor, no dejaría de ser un
regalo ajeno, y no el que alguien me entregó con toda su alma.
Guillermo
me veía llorar, confundido. Él es ingeniero, pobre, y no precisamente un hombre
de “momentos”. Sus sentimientos son más primarios, menos complicados, pero a la
vez más auténticos. Su amor es visceral, y así también su odio.
Por
eso cuando me enjuagó las lágrimas y se arrodilló frente a mí para entregarme
el anillo, no pude evitar echarme entre sus brazos.
Nunca
antes hicimos el amor así, y desafío aún a la más aventurera de mis amigas a
vivir un orgasmo semejante, que nace de las entrañas, sacude el corazón, y se
mete de lleno en el otro. Ese, el único.
Nos
vamos a casar en dos semanas… Y por primera vez soy muy, MUY feliz. Sin dudas
ni mentiras… Sólo nuestra verdad.
Gracias,
Repara corazones, por acompañarme en este largo camino…
Tuya