viernes, 8 de enero de 2016

Por ningún motivo subas esto a la red



 


 

Por ningún motivo subas esto a la red


Queridísima Repara Corazones

Disculpa la demora en comunicarme, pero como siempre mi vida ha sido demasiado complicada. Como tú bien dices soy un poco “tocadiscos”, pero por fin estoy feliz… Todo es maravilloso. Y no creas que no le doy crédito a tus consejos: ellos tienen mucho que ver con lo bueno que me está pasando
Te pido mil perdones por comunicarme contigo a través de tu correo privado, pero te ruego que por ningún motivo subas esto a la red.
No lo vas a creer, pero a pesar de trabajar en sistemas nunca había pensado lo vulnerable que uno se vuelve al hacer pública su intimidad. Es decir, lo sabía, pero no lo había pensado. Es como cuando te dicen que un rico helado dura cinco minutos en la boca y toda una vida en tus caderas. Sabes que es cierto, pero te resulta imposible no caer en la tentación. Lo mismo me ocurrió a mí con tu columna. Estaba vagando por ahí en la red, cansada, aburrida, sola, ¿por qué no liberar mi alma contigo? Y empecé a hablar. Y a decirte cosas que no me atrevía a confesarme ni siquiera a mí misma. Cosas tan íntimas, que hacerlas públicas me volvía extremadamente vulnerable.
Y ahora sí, una última confesión: siempre fui yo. La de las primeras cartas, y también la de la última. Este será un secreto entre nosotras. Dejemos confundidas a las lectoras de tu blog. Y no te lo pido por maldad o por enredar la historia, sino porque aprendí mi lección: la red es peligrosa a la hora de ser una misma.
Mejor voy por orden… ¿Recuerdas que estaba escribiéndote desesperada desde ese hotel de parejas, repudiada por mi novio y acosada por mi jefe y mis compañeros de trabajo? ¿Recuerdas que sólo por olvidar mi soledad, o quizás para regodearme en mi dolor, había puesto ese canal de cable en que todo el tiempo hablan de crímenes, asesinatos y cosas horrendas, y  que de repente interrumpí mi comunicación contigo? Bueno, pues lo creas o no, en ese canal estaban hablando de Vanina, (la ex de mi ex). Claro que no precisamente de ella, sino de su historia. Una muchacha NORTEAMERICANA, es decir, que vive a miles de kilómetros de mi bella Argentina, estaba contando con todo detalle la misma historia de acoso que nos había relatado la malvada de Vanina al inmiscuirse en nuestras vidas. ¡Todo estaba ahí! La persecución, la angustia, ¡y hasta el viaje a Disney con su sobrina! ¡A Disney! Que para la señorita de la televisión significaba que su acosador era capaz de subirse a un bus y recorrer unos cientos de kilómetros por su obsesión, pero que en el caso de Vanina se engrandecía por la infinita cantidad de tiempo y dinero que alguien estaba dispuesto a invertir en perseguirla. ¡Disney!... Ni siquiera tuvo la suficiente inteligencia como para cambiar ese detalle. ¿O será que nuestro “Parque de la Costa” no le resultaba tan glamoroso? Cuestión que ahí mismo me di cuenta de que era víctima de la más horrible traición. ¡Y de repente todo me cerraba! ¡Por eso la muy yegua había borrado su historial de la red!: para que yo no pudiera chequear su relato. Por eso su madre de repente se mostraba encantadora con Guille: ¡para que su nena pudiera salirse con la suya! Y también entendí todo el enredo con Mariano y mi jefe: seguramente ella había revisado mi laptop, chocado con la estúpida correspondencia que te dirigí, y aprovechado el dato para mandarles llamaditas obscenas no sólo a ellos, sino incluso a Michel, desde mi propio móvil, que había robado previamente de mi propio bolso, en mi propia casa, mientras mi propio novio andaba por allí.
Y entonces dejé de llorar. Y me enfurecí: Vanina podía ser más linda que yo y tener las piernas más largas, pero seguro que yo podía manejarme en la red mucho mejor que ella. Claro que unos meses atrás había intentado rastrearla sin éxito, pero no con tanto empeño y furia como tenía ahora. Así que primero busqué fotos de mi novio, (el jamás sube nada, pero nunca falta el desubicado que, a pesar de los ruegos, escribe el nombre completo de todos), y entonces di con mi tesoro: una foto de Vanina. ¿Tengo que decir que ella era la única no etiquetada de una foto grupal? Pero, vamos, ¿trampitas a mí? Ahí saqué mi arma mágica: el reconocedor facial. Busqué por toda la red fotos que pudieran coincidir con esa, ¡y había miles! Como todas las lindas, Vanina resultó muy afecta a dejarse fotografiar por cualquiera. Y en muchas de esos retratos aparecía con hombres. Todos súper lindos, por supuesto. Pero sólo uno llamó mi atención. Debía superar los cincuenta años, y por cómo la miraba definitivamente no era el padre. Como te imaginarás no tardé ni un minuto en googlearlo. Resultó ser un rico empresario que aparecía con frecuencia en esas revistas que se leen en el salón de belleza, y que exhibía a Vanina con el mismo orgulloso desdén con que mostraba su reloj o su auto. Ese y no otro debía ser su presunto acosador, me dije. Y entonces tuve una repentina inspiración. Corrí al centro comercial más cercano, me hice peinar, y compré en el último negocio todavía abierto la ropa más cara, (ya lloraría mi tarjeta de crédito después), y sin pensarlo dos veces me dirigí a la dirección robada en la red. Era un bello piso, en un edificio imponente de la avenida Libertador. Allí me acerqué al guardia de seguridad y le pedí que le entregara una tarjeta al señor Juan José, (lo dije así, omitiendo el apellido, para que pensara que se trataba de algo personal). El tipo aceptó de inmediato, porque resultaba obvio que no era la primera vez que Juanjo recibía ese tipo de visitas a altas horas de la noche… Te preguntarás qué puse en la tarjeta… Nada más fácil: “Tú y yo tenemos algo en común: ambos odiamos a Vanina”. Tardó casi media hora en llegar una respuesta, y fue la media hora más larga de mi vida, pero al fin el guardia me acompañó al elevador.
Al entrar al piso me quedé boquiabierta. Y no sólo porque era increíble, sino porque las fotos no le hacían justicia al tal Juanjo. Estaba re lindo. Tanto, como para vivir un complejo de Edipo sin culpas. Era una especie de George Clooney con panza. Nada mal. Y nada mal tampoco su forma de recibirme. Obviamente lo impresioné, porque como te dije no tendré las piernas taaan largas como Vanina, pero también tengo lo mío. De inmediato quedó claro que me había hecho subir no tanto por odiar a la yegua, sino por pura curiosidad. Y después de un rato de charla pude darme cuenta de que, una vez clara la imposibilidad de conquistarme, lo divertía arruinarle un poco la vida a su ex. ¡Y qué ex!
¡No vas a creer la historia vista desde el lado de Juanjo! Había conocido a Vanina por casualidad, pero de inmediato ella se le pegó como sanguijuela. Por las dudas me aclaró, aunque no era para nada necesario, que eso es algo que le ocurre a diario: las chicas lindas suelen tener una peculiar atracción por los señores con dinero, aunque más por el dinero que por los señores… ¡Te juro! ¡Lo dijo así!... Y por supuesto quedé encantada con su frescura y sinceridad. Y es que ocurre algo raro con Juanjo: él no necesita presumir para enamorar a una mujer. Hay algo en su forma de ser que te seduce sin que te des cuenta…
Bueno, como tantas veces desde que se separó de su primera esposa, comenzó otra relación casual, esta vez con la yegua. Y todo iba bien con Vaninita, pero no podía dejar de extrañarse por la dificultad horaria que tenía la niña a la hora de las citas. No tuvo que apretarla demasiado, (en más de un sentido), para que terminara confesándole que estaba viviendo con alguien, en una relación más que formal y aburrida, (¡pobre Guille!). Juanjo quiso hacerse a un lado, por supuesto, (que, como él dice, ya no tiene edad para jugar a esas cosas), pero la muy taimada de Vanina le cayó un día en su piso, hecha un mar de lágrimas y con una maleta en las manos, y le dijo que por su culpa había cortado la relación con su novio, pero que ya era libre de mudarse con él. Claro que Juanjo se extrañó. Ni siquiera le había sugerido algo semejante. Pero como es un dulce, un verdadero caballero como quedan pocos, la cobijó, (en más de un sentido).
Al principio todo fue bien. Pero poco a poco el pobrecito notaba más y más esa extraña afición de ella por gastar dinero ajeno. No trabajaba, no estudiaba, pero siempre estaba comprando algo. Y Juanjo no necesita la ayuda de nadie para derrochar su fortuna. Sabe perfectamente cómo hacerlo solito. Cuestión que luego de algunos meses de una relación bastante poco interesante en materia de sexo, (¿Vanina era aburrida en la cama? ¿Por eso Guille no la había echado en falta?), por fin él decidió amablemente mostrarle la salida de su casa. Pero, (y esto, conociendo a Vaninita, lo creo puntualmente), la niña se atornilló al lugar. Juanjo, de puro caballero, ofreció cederle su piso hasta que ella consiguiera algo más, y se mudó a la avenida Libertador. Pero no tardó en darse cuenta de que la muchachita estaba demasiado cómoda con el trato. Así que en vez de enfrentarla, decidió dejar de pagar los gastos y que la justicia hiciera el resto. ¿Tengo que aclararte que la desalojaron justo cuando ella hizo su primera llamada a mi móvil?
Para cuando mi anfitrión terminó su relato ya habíamos acabado una opípara cena en el restorán más lujoso que puedas imaginar. Juanjo es encantador, y cuando se ofreció a llevarme a casa tuve que confesarle también lo terrible de mi situación personal. ¿Cómo iba a mudarme de ese sucio hotel si no podía volver al trabajo? Tanto mi jefe como mis compañeros estaban convencidos de que era una histérica, que primero los incitaba sexualmente de la forma más descarada, para después dejarlos librados a su suerte.
De nuevo Juanjo logró tranquilizarme. Me acompañó al hotel, y él mismo enfrentó al gerente. Eso de “enfrentarlo” es una forma de decir, porque no fue tanta su valentía, como el valor del billete que sostenía entre sus manos a la hora de convencer al tipo para que soltara su lengua.
Resulta que mi jefe, Mariano y Michel conocían demasiado bien ese hotel para parejas. Sus visitas en horario laboral y fuera de él no resultaron pocas. Y por las grabaciones de vigilancia que el gerente nos acercó, pude reconocer a varias colegas casadas entres sus acompañantes. ¡Cómo nos reímos con Juanjo! Parecía encantado con todo el asunto… Él mismo se ofreció a ir a negociar con mi jefe. ¿No es increíble que un señor tan importante pierda el tiempo conmigo?
¿Qué dijo en mi oficina? No tengo la menor idea. Pero sí puedo asegurarte que desde entonces trabajo en la calma más apacible. No sólo mis tareas se han reducido, sino que los tontos de mis compañeros muestran ahora mucho más respeto por mí.
Luego del trabajo te escribí mi carta anterior. Necesitaba limpiar mi imagen ante Guille en el improbable caso de que, a instancias de Vanina, él estuviera leyendo tu blog. Y además quería presentarle batalla a esa perra. Confundirla lo suficiente.
No sé si fui clara al describir a Guille. Él es muy bueno, pero un poco desconfiado y cabeza dura. Y si yo me presentaba allí, contándole todo lo que había descubierto de Vanina, él probablemente hubiera cortado con las dos. Es demasiado orgulloso como para soportar sentirse estúpido. Así que tuve que ponerme creativa…
Al día siguiente le mandé un mensaje escueto, pidiéndole entrar al piso para buscar unas pastillas. Claro que no las necesitaba en absoluto. De hecho, creo que estaban vencidas. El malvado, como era previsible, me respondió que fuera a las siete de la tarde porque no iba a estar presente. ¡Es muy rencoroso! Pero con Juanjo ya lo teníamos todo planeado…
Llegué al departamento vacío y no pude evitar que el estómago se me retorciera. Pero recorrí los cuartos… Y respiré.
La cama de Guille estaba sin hacer, pero el lado izquierdo aún lloraba mi ausencia. Nadie se había acostado allí. Era evidente que las piernas largas de Vanina no le habían alcanzado para llegar al dormitorio de Guille. ¿Pero por cuánto tiempo? Tenía que actuar en forma contundente y rápida, así que tomé las pastillas, (hay que ser coherente con las mentiras), olí un poco de cebolla que Guille solía guardar en la heladera, y me puse a esperarlo con cara de llanto.
En realidad no estaba segura de que fuera él el primero en llegar, pero era un riesgo que tenía que asumir. Además, con Juanjo ya habíamos planeado algo ante la contingencia de que Vanina apareciera inopinadamente.
Cuestión que para cuando escuché la llave en la puerta corrí a la ventana, y puse mi mejor cara de desesperada. Y como bien sabes, la desesperación me queda. Pero bastó verme para que Guille enfureciera. “¿Qué estás haciendo aquí?” preguntó con su peor voz, pero que a mí me resultó encantadora. Tuve que hacer esfuerzo para no comérmelo a besos. Pero en cambio de eso señalé hacia la ventana con horror. Él dudó por un segundo, y supe que lo había ganado.
“No se va”, dije en un susurro, mientras señalaba el auto estacionado en la otra calle, adonde el chofer de Juanjo que me había traído esperaba pacientemente.
“Tengo miedo”, añadí en el momento preciso para verlo desfallecer. Y es que a Guille le encanta jugarla de súper héroe.
“¿Es otro de tus novios, siguiéndote?”, preguntó simulando indiferencia. ¡Qué lindo!... Pero yo me apuré a responderle que era el mismo que había acosado a Vanina, y que ahora venía por mí. Y que de seguro él, o alguien más, era el culpable de la intriga para alejarme de la casa.
Guille, mirándome confundido, por toda respuesta me obligó a correr escaleras abajo para enfrentar al del auto. Pero conforme a lo pactado el chofer de Juanjo arrancó ni bien salimos a la calle. Entonces, aún en medio de la acera, le grité a Guille todo mi enojo por haber traído a Vanina a nuestras vidas y exponerme a tantas cosas horribles. Y no había ni un ápice de falsedad en mi reclamo.
Entonces sucedió el milagro. Guille me tomó entre sus brazos y yo empecé a llorar como si tuviera que llenar un océano. Y con la excusa de estar asustada, aproveché para refregarme con voluptuosidad, y así recordarle por qué me había comprado ese lindo anillo de casamiento.
¿Recuerdas que te hablé de las llamadas al teléfono de línea, que se interrumpían cuando yo iba a atender? ¡Claro que no se trataba de un acosador! Era una proveedora de telefonía celular que intentaba hacerme cambiar de empresa. Mil veces llamó sin éxito, hasta que por fin logró comunicarse conmigo. Pero fueron esas llamadas las que me permitieron convencer a Guille de que yo también estaba siendo perseguida.
Conforme a lo que habíamos planeado con Juanjo, yo lo puse a él, el “ex” con dinero, en el tope de los posibles acosadores. Otra vez, como si fuera la primera, hurgué en la web para buscar el nombre y la dirección de Juanjo. Guille parecía fascinado con la investigación. O, modestamente, conmigo, que lo miraba con admiración cada vez que él se acercaba un poco más a los datos de mi cómplice. ¡Y eso que tardó mil años en encontrar la ubicación del piso de la avenida Libertador!
En seguida nos dirigimos hasta allí. El guardia de seguridad nos dio acceso inmediato, lo cual podía resultar sospechoso, pero por fortuna Guille no se dio cuenta de nada.
Juanjo estuvo increíble. Contó su historia con Vanina, haciendo hincapié en que comenzaron la relación cuando la malvada aún vivía con Guille. Yo lo vi revolverse al pobrecito en su asiento. Estaba sufriendo, pero era por su bien. Después mi buen amigo relató lo del piso y el desalojo, remarcando la fecha en que la yegua comenzó a necesitar un lugar adonde vivir, y que justamente coincidía con la aparición de su presunto acosador.
Mi ex dudó un poco, pero Juanjo fue abrumador. ¡Se lo veía tan lindo! Seguro, inteligente, galante… Aunque por supuesto Guille también tenía lo suyo.
“¿Quién puede estar acosándote entonces?, preguntó mi ex, confundido. Y otra vez el hermoso de Juanjo salió en mi rescate.
“Esto es como con las cucarachas. Hay que apagar la luz y esperar a que aparezcan”, dijo.
Por desgracia Guille no es muy de las metáforas, y tengo que confesar que yo tampoco, así que ambos lo miramos extrañados.
“Es fácil. Esta bella joven deberá mudarse de nuevo contigo, y entonces, tarde o temprano, el acosador volverá a aparecer”
Y así hicimos. No sólo nos mudamos de nuevo juntos, (o más o menos, porque Guille dormía en el sofá), sino que no le dimos ninguna explicación a la yegua de Vanina. ¡No sabes cómo disfruté su cara cuando me vio aparecer con mi maleta! ¡Se puso como loca! Pero nadie le explicó nada. Ni la enfrentamos, ni le reprochamos por sus maldades, ni nada. Sólo la golpeamos con nuestro inquebrantable silencio. Juanjo nos había sugerido actuar así, para poder analizar sus reacciones ante el acosador. El muy tonto de Guille aún pensaba que el tipo existía, y que podía tratarse del mismo en ambos casos.
Por supuesto las llamadas misteriosas que se cortaban de inmediato no tardaron en reanudarse. Pero esta vez no era el tipo de la telefonía móvil, sino un empleado de Juanjo, pidiendo por mí con voz sugerente. Y entonces Guille explotó. Explotó con el pobre hombre, al cual empezó a gritarle por teléfono, pero siguió con Vanina, a la que acusaba de ser la culpable de que un loco me persiguiera. Ella se quedó dura, pero de inmediato razonó diciendo que debía tratarse de algún truco inventado por mí. ¡La muy taimada! Porque sí, es cierto, lo del acoso era una mentira. Pero por una buena causa…
¡Y entonces ocurrió!
¡Al fin!
En su desesperación por demostrar que yo estaba mintiendo, la muy yegua terminó por confesar que lo del acoso había sido un invento desde el principio. Que sólo intentaba volver a la casa en que había sido tan feliz, etc., etc., etc.
¡Ni Guille le creyó sus halagos! Quedaba claro que sólo volvió porque no quería ir a vivir con la madre, (y, a juzgar por la llamada de “mami”, el sentimiento era mutuo)
¡Tendrías que haber visto la cara de la yegua cuando Guille la echó! ¡Fue maravilloso!
Claro que me gustaría decirte que a partir de ahí mi vida volvió a ser la de antes. Pero no. Es increíble cómo la realidad no deja de sorprendernos…
Una vez con Vanina afuera de nuestras vidas, algo cambió en mi interior. De nuevo empezaron las dudas. Guille me pedía disculpas, me abrazaba, y yo…
Yo le pedí tiempo. No quería equivocarme otra vez. ¿Iba a quedar de nuevo atrapada en la oscura rutina?
Esa noche Guille volvió a dormir en el sillón. Y lo peor es que, además, se sentía muy culpable. Confiaba ciegamente en mis palabras, y no podía dejar de reprocharse por haber dudado de mí, arrojándome a un peligro del que tendría que haberme salvado.
Yo fui a trabajar como siempre, es decir, sistemáticamente desesperada. Sentía culpa por engañar al hombre que se suponía que amaba, y miedo por tener que empezar una aburrida rutina a su lado.
Las ocho horas en la oficina se hicieron larguísimas, repletas de cavilaciones. Era como si todavía no me resignara a cerrar esa etapa de la vida en que el impulso proviene de los sueños. No quería ser como mi mamá o mi hermana. No quería conformarme…
Y entonces, mientras caminaba sin esperanza hacia el autobús, sentí que alguien me estaba llamando.
Era él. Mi George Clooney del subdesarrollo. Mi macho posmo entrado en años. El regalo perfecto que se esconde en la tienda, luego de cambiar un regalo que sólo parecía perfecto. Sí, ahí estaba Juanjo. Sonriente, divertido, seductor. Subí a su auto casi sin pensarlo…
Y él puso en palabras todos y cada uno de mis sueños. Habló de viajes juntos, mundos maravillosos, aventuras impactantes…
Y entonces entendí dónde estaba la verdadera felicidad.
Cuando llegué al departamento de Guille en busca de mis cosas, él me esperaba con el anillo de casamiento que llevaba tanto tiempo guardado en un cajón. Yo le eché un vistazo, suspiré, y sin decir ni una palabra se lo regresé de inmediato.
Él me observó con la mirada más triste de la que tengo memoria. Y entonces le confesé la verdad. Le dije todo. Y cuando digo todo, es todo: hablé de mi cumpleaños de treinta, del regalo perfecto que siempre aguarda en la tienda, del macho posmo, del beso, de mi jefe, Michel… y Juanjo. Sobre todo de Juanjo y su mundo de sueños perfectos… También hable de ti. Tenía que hacerlo…
Guille me miraba confundido. Y entonces llegó el momento de hacerle mi última confesión. Quizás la más horrible de todas…
Le confesé que lo amaba con todo mi corazón. Pero que cada mentira dicha sólo por no haber sido capaz de compartir con él mis dudas y mis inseguridades, me alejaba horrendamente de merecer ese anillo. Yo, a diferencia de él, no había sido honesta. Y eso me dolía en el alma. ¿Cómo se podía empezar un matrimonio mintiendo? ¿Es que acaso terminaría siendo como mi madre o mi hermana? ¿Podría conformarme con un amor a medias?
Claro que no lo merecía. Y me bastó escuchar a Juanjo hablando de tantos paraísos perfectos, para darme cuenta de que no había nada más perfecto que mirar una película al lado de Guille, mientras nuestras manos se encontraban en un bol de pochoclos recién hechos.
¡Cómo quiero a Guille! Quiero su rutina, su aburrimiento. Él es, sin duda, el regalo perfecto, porque aunque en la tienda haya otro mejor, no dejaría de ser un regalo ajeno, y no el que alguien me entregó con toda su alma.
Guillermo me veía llorar, confundido. Él es ingeniero, pobre, y no precisamente un hombre de “momentos”. Sus sentimientos son más primarios, menos complicados, pero a la vez más auténticos. Su amor es visceral, y así también su odio.
Por eso cuando me enjuagó las lágrimas y se arrodilló frente a mí para entregarme el anillo, no pude evitar echarme entre sus brazos.
Nunca antes hicimos el amor así, y desafío aún a la más aventurera de mis amigas a vivir un orgasmo semejante, que nace de las entrañas, sacude el corazón, y se mete de lleno en el otro. Ese, el único.
Nos vamos a casar en dos semanas… Y por primera vez soy muy, MUY feliz. Sin dudas ni mentiras… Sólo nuestra verdad.
Gracias, Repara corazones, por acompañarme en este largo camino…
Tuya



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