viernes, 4 de diciembre de 2015

Un trabajo sufriente, o sufriendo en el trabajo



 

 

 

Un trabajo sufriente, o sufriendo en el trabajo



Querida Repara:
¡Tienes razón! ¡No sé cómo esa psicópata se metió de nuevo en nuestras vidas!
Y respecto a mi telefonito… créeme, trato de mantenerlo a salvo, pero es como si mi bolso estuviera embrujado. Y no es lo único. Últimamente suceden muchas cosas extrañas en casa… De verdad estoy desesperada.
Bueno, empiezo desde el principio…
Después de la noche funesta del beso, MP estaba desaparecido, (claro, excepto por ese tonto mensaje en mi móvil… ¡y ahora justo tú me adviertes sobre eso!)
Pero la verdad es que ya me había olvidado de Mariano.
Y es que, últimamente, durante todo el día no hago más que imaginar lo horrible que sería mi vida sin mi novio. Estoy obsesionada. Atenta al menor murmullo. A cualquier gesto de Guille que pudiera mostrar descontento. Así que para poder vigilar sin que se note, yo misma empecé a limpiar, ¡y hasta a cocinar!... (¿Puedes creerlo?)  
Imaginarás entonces que lo último en mi cabeza era MP. Quizás por eso hoy me sorprendí tanto cuando me acorraló en la fotocopiadora. Era la hora del almuerzo y ya no quedaba nadie en la oficina. Sólo yo, que como estoy empeñada en ser tan flaca como Vanina, ni me molesté en bajar. Así que ahí estaba, fotocopiando la última novela de Florencia Bonelli que me había prestado una chica de contaduría, cuando, de la nada, apareció él.
No me malinterpretes: no soy del tipo que lee novelas románticas. Pero últimamente ando súper sensible y medio cursi.
Y ahí estaba yo, fotocopiando y lloriqueando, cuando de la nada apareció mi Macho Posmo.
Te juro que parecía una escena de película: él, parado atrás de mí, comenzó a girarme con lentitud hasta que mi boca le quedó a tiro, y entonces me dio un beso de esos que hacen historia.
La verdad fue raro. Muy raro. Y para nada agradable. Es decir… la noche anterior lo había besado a Guille.
Me gustaría decirte que me sentí mal por jugar a dos puntas, pero no. Simplemente me bloqueé. Pensaba que quizás en ese preciso momento también mi novio estuviera dándole un “chupón” como aquel a esa bruja de Vanina.
Y así, después de cinco minutos de torturarme imaginando la infidelidad de Guille desde todos los ángulos, al fin reaccioné. Empujé a MP con fuerza y le di una sonora cachetada.
Ahora que lo pienso creo que fui injusta con Mariano. Es más, me da hasta lástima. Primero porque tengo la mano súper pesada. Pero, peor aún, porque el pobrecito debe creer que estoy loca.
Analicemos esto: pasaron 5 minutos de lo que él creía que era un beso apasionado, y que para mí sólo significaba otro ataque de mi oscura obsesión. Te juro que ni pensé en él al golpearlo. Era a Guille al que quería matar…
¿Será por eso que los hombres no nos entienden? Pensamos demasiado rápido. Y esa larga fila de pensamientos que se hilvanan en nuestra mente no hacen más que enroscarse, sólo para terminar acumulándose junto a más y más cosas en nuestro cerebro ya atiborrado.
Cuestión que a veces ni nosotras mismas nos entendemos.
Te estarás preguntando cómo reaccionó MP ante mi sopapo. Y ahí está lo peor, (para él): no pudo reaccionar. El pobrecito no tuvo tiempo. Y es que en el preciso momento en que yo le cruzaba la cara con mi mano, estaban llegando de almorzar mi jefe y Michel. ¡Qué horror! Yo, que sistematizo todo y pienso las cosas mil veces, para su desgracia tuve que actuar con rapidez. Y lo único que se me ocurrió fue empezar a gritarle al pobre Mariano que me dejara en paz, y que ya le había pedido mil veces que no se metiera conmigo.
Debo haber estado convincente, porque mi jefe lo miró con muy mala cara. Después de todo, si bien es cierto que la masculinidad hermana a los hombres en nuestra contra, por fortuna la mayoría conserva ciertos límites… Bah, al menos eso era lo que creía yo este mediodía.
¡Qué ilusa!
Bueno, como te imaginarás, sin más explicaciones corrí a encerrarme en mi ordenador. Eso de encerrarme es una metáfora, porque salvo por la oficina del jefe, los demás estamos juntos.
Y así estuve por un buen tiempo, simulando trabajar con toda la dedicación que hace rato me falta, cuando de repente el mismísimo jefe me llamó a su reino mágico.
La verdad fui hasta ahí bastante asustada…
¡Qué ingenua! Porque al escuchar lo que me dijo sentí absoluto terror.
El tipo insistía con eso de que mi trabajo estaba “sufriendo”. Y yo ya no entendía si el trabajo estaba dolido por mi desatención, o si me pensaba echar de una patada en el trasero, causándome un horrible sufrimiento a causa de mi trabajo.
¿Puedes creer que recién entonces me di cuenta de lo precario de mi situación? Porque no sólo mi novio es el amor de mi vida, sino también mi casa, y mi única familia en esta ciudad impiadosa.
¿Eso quedó demasiado poético? No voy a ser falsa contigo. Me refiero a algo más terrenal: si Guille se va con Vanina, en verdad la que tiene que irse soy yo. Me guste o no, ese hermoso piso grande y soleado en que vivo era de la abuela de Guille. Yo no tengo nada. Y cuando digo nada, es nada, porque durante todo este tiempo me di el lujo de descuidar a mis amigos, (total estaba él, que aunque no me escuchaba, al menos tenía la gentileza de simular hacerlo), y a gastar como si no hubiera un mañana, (¡es increíble lo que cuesta alimentar la pasión por una x box!)
Mientras mi jefe seguía con sus quejas, mi mente empezó a hilar, una tras otra, todas estas desgracias. Y en cuestión de segundos empecé a llorar con el más horrible desconsuelo.
Él me miró con esos ojos que ponen los hombres cuando lloramos, y que es la misma cara que pondríamos nosotras si alguien nos hablara en chino. Y sólo por desesperación empezó a contradecirse. Me dijo que era la única que hacía su trabajo en esa oficina, (cosa que es cierto), y que a causa de mis problemas sentimentales el que estaba sufriendo era él.
¡Ay, Repara! No sé qué pasó por mi cabeza entonces. O mejor dicho, lo sé: ¡NADA! Mi cerebro se quedó en blanco. Pero por desgracia mi boca no siempre está conectada con mi inteligencia, así que empecé a hablar… y a hablar… ¡y a hablar! Y le conté lo de Vanina, (aunque quizás exageré un poco). Y lo de MP, (aunque probablemente omití la mayoría). Y otra vez lo de Vanina.
¡Escupí todo!
Mi jefe se acercó a mí, solícito. Y ya estaba a punto de calmarme, cuando de repente me di cuenta de que mi jefe empezaba a ponerse, más que solícito, atrevido.
No me malinterpretes: no fue que me tocó, o algo… Bueno, no es que pueda jurar que me tocó o algo… Me quedó la duda. Pero entonces empezó a decir que no tenía que amargarme. Que a su edad, (40, según él), las cosas se tomaban muy distinto. Y que si la pareja de uno miraba a otro, sólo era cuestión de devolverle el favor con alguien cercano, para después seguir juntos como si tal cosa. Que él sabía bien de lo que hablaba, porque ya  había ayudado a varias compañeras de trabajo a vengarse con discreción.
¡Me quería morir!
Menos mal que en eso llegó Michel, el chico que trabaja en mi mesa, preguntando alguna pavada. Yo aproveché para huir hacia mi ordenador, ya no a encerrarme, sino a recluirme en él. ¡Te juro! Casi no respiré hasta el final del día.
Y ya estaba a punto de tomar el metro que me llevaba a casa, cuando me interceptó Michel. No es la primera vez que nos volvemos juntos. Pero hoy me sentí incómoda con él. ¡No sabes cómo me miraba! ¿O serán ideas mías?
Para colmo, al llegar me encontré a Guille armando uno de esos tontos puzles. Y a la estúpida de Vanina alcanzándole cada una de las 5000 piezas como si se tratara de una instrumentista en medio del quirófano.
¡Estoy furiosa! Me siento vulnerable. Y aun cuando algún día por fin pueda echar a la yegua de casa, nadie me va a quitar el mal sabor de boca.
¿Tendrá razón mi jefe?
¿Será la “venganza” una forma de olvidar todo, seguir adelante, y salvar la pareja?
Porque si llego a pescar a Guille en alg
Disculpa. Tengo que dejarte. De nuevo alguien me está llamado por el teléfono de línea.
¿Será posible que siempre se corte, o yo también tendré un acosador?
Me voy. La sigo después.
Besos

S.D.

*:) feliz


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