domingo, 13 de diciembre de 2015

URGENTE… NECESITO AYUDA URGENTE








URGENTE… NECESITO AYUDA URGENTE

Repara:
¡Estoy deshecha! ¡Mi vida se ha convertido en un verdadero infierno!
¡Y eso que me lo advertiste! Pero no pude hacer nada por evitarlo. Ahora tecleo esto desde mi móvil, aislada en un hotel. Lo que tanto estaba temiendo al fin ocurrió. Perdí a Guille para siempre. Quizás para mañana haya perdido incluso mi trabajo. Y ni siquiera me queda el consuelo de culpar a Vanina por todas mis desgracias. No. La culpa es sólo mía.
¿Qué hay de malo en mí, Repara? Yo era feliz con Guille. Muy feliz.
Y entonces cumplí treinta…
¿Cuál es el problema de las mujeres con las décadas? Porque conozco algunas que salieron airosas de la tercera, sólo para hundirse sin piedad en la cuarta o la quinta, o…
¿Será que el cero nos recuerda lo redonda que nos ponemos con cada año que pasa?
Y cuando después de los treinta llegaron los treinta y uno, todo fue para peor. Ese fatídico día, como si fuera una advertencia, mi jean favorito no me cerró. Te juro que a la semana siguiente me quedaba hasta cómodo, pero ese maldito día el perverso cierre no quería ceder. De inmediato tuve un mal presentimiento. Y cuando al salir del trabajo tropecé con Cinthia, una antigua jefa, que me saludaba desde arriba de unas plataformas altísimas, contándome de viajes, aventuras, sexo a un solo click del mousse, orgasmos alucinantes, no pude evitar sentirme muy vieja. ¿Cuándo era la última vez que había usado tacones?... ¿O que me alucinaba un orgasmo?
Y para colmo llegué a casa y ahí estaba Guille, con una torta chueca hecha por sus propias manos, (¡un dulce!), y riéndose de lo que iba a ser mi vida a partir de entonces. Llamándome “mi querida ancianita”, y mencionando al pasar, pero por primera vez en nuestra relación, la palabra “matrimonio”.
¡Matrimonio!
Te juro que al escucharlo me corrió un escalofrío. Y entonces me acordé de mi papá, que la llamaba “vieja” a mamá, según él, “de cariño”. Y de mi hermana, que tras cinco años de matrimonio aumentó diez kilos, se cargó con tres hijos, y tuvo que volver al pueblo con el rabo entre las patas después que el marido la abandonara por otra, (una igual a como era ella antes del matrimonio y los tres hijos, por cierto)
¿Tengo que decirte que me aterré?
Para cuando apareció Macho Posmo en mi vida, necesitaba aferrarme a la ilusión de que todavía podía tenerlo todo. Creía, (mal, como me di cuenta después), que Guille nunca iba a preparar pochoclos con otra que no fuera yo, y que yo, en cambio, podía ir de after office con quien se me diera la gana. ¡Qué tonta!
Bueno, esta mañana te juro, te súper juro, estoy segurísima… bueno, casi segurísima, puse el móvil en el bolso antes de salir para la oficina. Y después de eso no me separé del maldito bolso hasta llegar ahí… Bueno, al menos no recuerdo haberlo hecho, porque últimamente ando con la cabeza volada. Y a causa de esa confusión, cuando mi jefe se acercó en forma misteriosa al escritorio que comparto con Michel y me dijo que ya había respondido mi mensajito, me quedé dura. Y no fui la única. También Michel se sorprendió. De inmediato, como te imaginarás, intenté revisar mi móvil. ¡Pero nada! El maldito aparato no estaba por ningún sitio.
¿Tengo que decirte que después de eso no pude volver a concentrarme en mi trabajo? El jefe salía cada dos minutos de su despacho y me miraba ansioso, mientras que Michel parecía acusarme de algo.
Como sea, hice verdaderos malabarismos para escapar cinco minutos antes que acabara mi horario. No me daban los pies para llegar a casa y reunirme con mi huidizo telefonito.
Subí por el elevador sin atreverme casi a respirar. Pero al llegar a la puerta de mi casa me sorprendí al ver una maleta abandonada en el pasillo. Al principio me puse alegre, suponiendo que pudiera ser de Vanina, pero de inmediato me di cuenta de que la maldita cosa era mía. Intenté abrir la puerta de mi piso, pero alguien había corrido la traba. Entonces me puse a tocar timbre, enfurecida…
La primera en asomar por la rendija que dejaba la cadena de seguridad que también estaba echada, fue la yegua de Vanina. La verdad es que parecía auténticamente asustada. Con voz baja me dijo que Guille sabía todo, así que mejor me fuera. Que ella iba a tratar de ablandarlo a mi favor, pero que lo veía casi imposible dadas las circunstancias.
¡Te imaginarás cómo me puse!
Empecé a los gritos a través de la hendija. Pero todavía no calentaba la voz, cuando de repente la puerta se abrió de par en par. Y ya no era Vanina, sino Guille.
Con sólo verle la cara enmudecí. Porque Guille no es de gritar, pero en las raras ocasiones en que está furioso tiene una mirada que lastima más que mil golpes.
Después de unos segundos de quedarme inmóvil como si en verdad fuera culpable de algo, apenas me salió decir: “No entiendo”.
Había tanto dolor en su cara… que tuve que hacer esfuerzos para no ponerme a llorar a los gritos ahí mismo.
“Yo tampoco”, fue lo único que dijo. Y entonces buscó mi maldito telefonito y empezó a leer.
“Mensaje de Mariano: eres una perra. No puedes andar besándote conmigo y después decir que te acoso. ¡Qué malparida! ¿Qué ocurre? ¿Ahora te gusta más tu jefe?”
Quise responder, pero él continuó, impiadoso.
“Y hablando de tu jefe… Aquí hay un mensaje de él: a la vuelta hay un hotelito discreto… ¿quieres ir a charlar allí?”
De nuevo intenté decir algo, pero no hubo caso.
“Y no es el único. También está Michel…, a ver… ¡Aquí!: urgente, tenemos que hablar. Hay un hotelito discreto a la vuelta, ¿nos vemos allí a las cinco?”
Te imaginarás que no podía creer lo que estaba escuchando. Quise arrebatarle el móvil de la mano, pero él lo tiró con fuerza al suelo del pasillo. Después hizo lo mismo con una cajita que sacó de algún sitio, justo antes de cerrar la puerta de un golpazo.
Miré la cajita sin entender. Pero después me di cuenta: era el anillo que no me había podido dar el día del spa.
Me puse a golpear, enfurecida. Quería hablar, explicarle… Pero fue inútil. Guille es así. Parece un tierno, pero cuando quiere es irreductible.
Así que después de llorar quince minutos en el pasillo, con el anillo en el dedo, (¿te conté que era el mismo anillo que yo había admirado una noche en un centro comercial, mientras aguardábamos para entrar al cine), al final recogí el teléfono, la maleta, y me fui al hotelito discreto de la vuelta del trabajo. Creo que es un hotel para parejas, porque el conserje puso cara rara cuando vio la maleta y le dije que me quedaba toda la noche.
Y ahora estoy aquí, llorando como una magdalena, con el televisor encendido para que no escuchen desde los otros cuartos. Aunque no sé ni para qué me tomo el trabajo, porque aquí los gemidos abundan. De hecho me costó un montón sintonizar un canal que no tuviera porno. Por suerte enganché Investigation Discovery. Tengo muertes, dolor y asesinatos asegurados para hacerme compañía en esta noche negra. No estoy de humor para algo más alegre.
¿Qué hago Repara?
¿Le hablo sinceramente a Guille y le cuento todo?
Aunque, pensándolo mejor, ¿qué le cuento? ¿Que creía que lo tenía más calado que a una sandía? ¿Que estaba aburrida? ¿Que no quería casarme? ¿Que lo creía mediocre, muy por debajo de mis expectativas?... ¿O sólo le confieso que soy una idiota insegura que piensa que siempre puede haber algo mejor en la tienda de la que salió un regalo perfecto?
Te juro qu
¡Espera! Te dejo. Hay algo en la tele que… ¡Increíble!
Adiós.

S.D

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