—Tengo una teoría sobre las mujeres, la cama, y el baile.
—¿Qué te importa cómo bailan? A mí con que cierren los ojos
y abran las piernas me basta.
—Escucha a Cárdenas, Rossi... —dijo el otro en tono burlón—.
El muchacho nos va a ilustrar con su “teoría”. Y él es todo un experto en
mujeres. Por algo sus métodos de conquista aparecen en Internet.
—¿En Internet? —se extrañó Rossi.
—Busca su nombre, y... —comenzó a explicar el editor de
Perfiles.
Pero Cárdenas no lo dejó continuar.
—Eso lo escribió una amante despechada —informó.
—Una que no sabía bailar —se burló Rossi.
—Presten atención y aprendan de este pibe —les ordenó
Ezequiel, que pese a ser el más joven de la mesa era reconocido por los demás
como el de mayor experiencia—. En materia de mujeres puede saberse mucho acerca
de su rendimiento en la cama sólo viendo cómo se mueven al bailar. Tomemos a la
bella Nanín, por ejemplo... Es obvio: la muchacha es frígida... Se nota a la
legua.
—¡Imposible que sepas eso, Cárdenas! A mí me llevó veinte
años y un divorcio enterarme de que mi mujer lo era, ¿y tú pretendes saberlo
por la forma en que la niña mueve el culo? Y si así fuera..., ésta en
particular lo mueve divino.
—No seas estúpido, Rossi. ¡Mírala bien! Claro que sabe la coreografía.
De hecho creo que es bailarina profesional.
Pero si la observas, notarás que en ningún momento se abandona al ritmo.
¡Y el pobre fulano con el que está bailando! Podría ser abducido por un OVNI,
delante de sus ojos, y ella ni lo notaría, pendiente como está en mostrarse.
Baila para la foto, y estoy seguro que, de la misma forma, sólo debe hacer el
amor para obtener algo a cambio.
—A mí no me importa por qué una muchacha se mete en mi cama,
en tanto no se salga de ella hasta que yo quede satisfecho.
—Tú te conformas con poco, Rossi, pero a mí me gustan las
mujeres ardientes. Por desgracia cada vez quedan menos. La mayoría histeriquean
hasta en la intimidad. Y ésta no parece ser la excepción.
—Eres muy exigente, Cárdenas... Vamos a ver... Aquí, ¿hay
alguna que valga la pena según tu teoría?
—Déjame analizar el panorama... No... En su mayoría son
modelos, más preocupadas por el culo de la competencia que por el de un hombre.
—Entonces ninguna de estas bellezas pasa tu prueba.
Ezequiel Cárdenas volvió a perder su mirada restallante en
la pista de baile apenas iluminada.
—¡Aquella!... Sí, aquella... Mírenla... Miren como seduce a
su compañero. Como mueve las caderas, invitante, abandonada al ritmo. Sí...
¡Esa es una mujer! Sabe exactamente cómo seguir el compás... Cómo entregarse al
placer...
—¿Cuál? ¿La del cabello hasta el culo?
—¡Esa!... —asintió Cárdenas—. Esa es una mujer sensual. Una mujer
que vale la pena. Una mujer que...
Ezequiel se calló abruptamente, hipnotizado quizás por el
vaivén de esas caderas que ahora los tres caballeros miraban sin recato.
—¿”Una mujer que...”, qué?... Termina la frase, Cárdenas...
¡Cárdenas!... ¿Qué hay con esa mujer? ¡Cárdenas! ¿Qué te ocurre?
Pero el tal Rossi tuvo que sacudirlo para que su amigo
reaccionara.
(Tomado de: Clara Voghan, ELEGIR AL MENTIROSO)
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