—Que los Reyes Magos te traigan un buen marido, y a mí,
un lindo nietito.
Ahí estaba. ¡El nietito! Infaltable, como cada año desde
que había cumplido los veinticinco. Lo curioso era que durante los siete años
en que estuvo “de novia” con el idiota de Claudio, (desde los quince hasta los
veintidós), cada vez que llegaba tarde a casa su madre escupía la maldita
frase, pero con un sentido distinto: “¿No me traerás un nietito, no? ¡Sería lo
único que falta!”.
Ahora, en cambio, “el nietito” era una forma “sutil” de
recordarle que su reloj biológico no se detenía, y que precisamente esa mañana,
(la de Reyes), algún camello había traído en sus alforjas treinta hermosos años
para depositarlos justo en sus caderas, (la celulitis era un bono extra).
—Bueno, querida, si te desperté es mejor que sigas
durmiendo… ¡Y que tengas un cumpleaños muy feliz!
Mientras colgaba el teléfono, Ana tuvo la certeza de que
estaba predestinada a no conocer nunca uno de esos. De hecho, su primer
recuerdo de un cumpleaños todavía le producía una cierta sensación de ahogo.
Literalmente, ahogo. Por aquellos días apenas tenía dos años, y no medía mucho
más de setenta centímetros, (siempre había sido muy bajita). El día anterior a
ese todos habían acomodado sus “zapatitos” en la puerta del patio, colocando
además un fuentón con agua “para los camellos”. Ni bien amaneció, la familia
completa había corrido hacia allí, expectante. Pero como era la más chiquita, y
la que cumplía años, sus hermanos le dieron prioridad a “Anita”, (primera y
única vez en que esa malsana tropilla de varones la iba a tener en cuenta para
algo). Así que, emocionada, corrió y corrió… Por supuesto, papá había olvidado
vaciar el fuentón, que sólo tenía treinta centímetros de profundidad, pero que
resultó suficientemente hondo como para dejarla escupiendo agua por el resto
del día.
Los cumpleaños siguientes no fueron mejores. Mientras
sus hermanos desenvolvían pelotas, guantes de boxeo, o patinetas dejadas por
los generosos Reyes Magos, ella, la del cumple, recibía lo más costoso y
aburrido: ropa o cosas que necesitaba. ¿Y quién quiere cosas que necesita como
regalo de cumpleaños?
Justamente eso era lo que nunca le había podido hacer
entender a Claudio, su ex, que desde su cumpleaños número quince siempre le
había regalado objetos útiles… ¡para él!: música de rock pesado, entradas para
ver un torneo de box de verano, libros de ciencia ficción e, incluso, un paseo
en globo (olvidando que ella tenía terror a las alturas). Lo curioso era que,
en los tres últimos años de su noviazgo, ante sus continuas quejas, él había
optado por hacerle regalos “para el hogar”: un equipo de música, una cafetera,
¡una plancha! Extraños obsequios para alguien que, como él, ni bien se recibió
de médico, luego de largas noches de estudio compartidas y de un apoyo
incondicional por parte de Ana, decidió que se sentía asfixiado por tanta
formalidad y que era hora de “ser libre”.
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