jueves, 15 de octubre de 2015

Un guión digno de la tele





 

Un guión digno de la tele



Querida Repara Corazones

¿Tengo cara de idiota yo? Digo, sé que no me has visto nunca, pero… ¿sueno como idiota?
Porque no puede ser que todo me pase a mí.
Ayer te dije que Vanina iba a llamarme para saber mi respuesta. Y de acuerdo a tus consejos, antes de contestarle pensaba sentarme tranquila y charlar de todo el asunto con Guille. Como tú dices, dejarlo fluir…
¡Ja! ¡Qué inocente!
Como las desgracias nunca vienen solas, ya desde la mañana todo empezó a salir mal. Primero a Guille se le ocurrió apretar el botón del escusado mientras yo estaba en pleno baño. Nuestro piso es antiguo, y las cañerías, de la prehistoria, por eso sabemos muy bien que NO hay que apretar el famoso botón cuando otro se está duchando ¡bajo ninguna circunstancia! Pero él está de lo más distraído desde el mismo día en que me negué a recibir el famoso anillo. Así que esta mañana se acababa de limpiar los zapatos con papel sanitario cuando, por un exceso de limpieza, lo tiró al escusado y, no contento con eso, apretó el maldito botón. ¿Acaso tengo yo la culpa de que él sea tan obsesivo? Sin embargo soy yo la que estuvo con chuchos de frío toda la mañana. Aunque puede que no fuera por lo de la ducha, sino porque hoy tuve uno de esos días que meten miedo.
Bueno, luego ocurrió lo de las tostadas. Tercer día que las tostadas saltan por el aire como si estuvieran en los juegos olímpicos. Créeme, hay pocas ventajas en tener un novio ingeniero. Por supuesto que tus equipos de audio y el televisor funcionan de maravilla, pero más te vale contratar a un pintor o a un plomero, porque tal parece que si no se los enseñan en la facultad no pueden hacerlo. Pero la tostadora, que yo sepa, está llena de circuitos, y tiene enchufe. Sin embargo cuando por tercer día mi desayuno se aprestaba a acabar en el suelo, recordé mis épocas de beach vóley e intenté atajarlas. ¡Craso error! No estaba en la playa, sino en la cocina, justo al lado de la cafetera. ¡Qué espanto! Y para colmo llevaba puesta mi mejor blusa blanca, porque como todos los días pienso que voy a toparme (¡al fin!), con Mariano, insisto en ir vestida al trabajo como si fuera a mi boda.
Cuestión que entre cambiarme la camisa por la única que tenía limpia, (y que por supuesto era la más vieja y fea), y chillarle a Guille mientras él trataba de arreglar el estropicio, se me hizo re tarde. ¡Imposible discutir nada con él! Y ya estaba abriendo la puerta para salir a la carrera cuando… ¡¿a que no te imaginas a quién me encuentro?! ¡Sí! ¡A Vanina! Es decir, al principio no me di cuenta que era ella porque, ¡vamos!, la niña es espectacular, y me costaba creer que alguien así hubiera podido ser novia de mi Guille. Pero sí, esa rubia de metro ochenta y piernas larguísimas era la ex de mi actual. Y por la cara que puso la muy arpía me quedó claro que no esperaba encontrarme allí. ¡Qué cerda! Porque que yo sepa habíamos quedado en que iba a llamar antes de venir. Pero tal parece que al final decidió saltear mi aprobación, porque se apareció así como si nada.
¡Tendrías que haber visto la cara de Guille! Y ahí yo, que para nada soy celosa, me puse medio loquita, (o loquita y media). De repente era como en esas escenas de teleteatro en que el chico y la chica se comen con la mirada bajo la atenta vigilancia de “la otra”… Todo súper romántico, excepto… ¡que la otra era yo! ¿Cuándo me convertí en “la otra”?
Y ahí me di cuenta: no estoy lista para dejar a Guille. O, bajo la luz de las circunstancias, para dejar escapar a Guille. O, lo más probable, para dejar que otra me robe a MI Guille.
El reloj corría. Iba a ser la tercera llegada tarde en el mes, y mi jefe ya había amenazado con quitarme el presentismo, (que es una especie de gratificación adicional a tu sueldo que por supuesto gastas aún antes de cobrarla,  y que les sirve a tus patrones para recordarte que no tienes derecho a tener una vida) Y no es que yo tuviera ánimo de pensar en ese preciso momento en mi trabajo, obnubilada como estaba por el curso de los acontecimientos. Pero Guille, que sólo atinó a presentarme a Vanina por su nombre, como si yo tuviera la obligación de saber que era su ex, no hacía más que recordarme la hora. Era como si intentara echarme.
Al final decidí irme yo solita. Saludé con una elegante indiferencia como corresponde a una dama, (bueno, al menos a ella, porque a él le partí la boca de un beso de esos que hacía rato no le daba), y me fui. Aunque en realidad tampoco me fui. Sólo simulé irme, y pegué la oreja del otro lado de la puerta. Pero no hizo falta arrimarse demasiado. Parecía que Guille se había quedado con varias cosas atragantadas, porque fue cuestión de quedar solos, (o de que creyeran estar solos), para que empezaran los gritos, (al menos los de él)
De verdad ya era muy tarde, y más que el presentismo me jugaba el puesto, así que, convencida de que mi novio iba a tener el valor que a mí me había faltado, y le pondría los puntos sobre las íes a esa desubicada, me fui sin más trámite.
Por supuesto al llegar a la oficina conté que me había quedado encerrada en el subterráneo. Y hasta sacudí mi tacón raspado delante de la cara del jefe para documentar la caminata por las vías. Y ya casi estaba terminando un guión digno de la tele, con el policía que me llevaba en andas y la ambulancia a la salida de la estación, cuando la sonrisa irónica de mis compañeros me hizo detenerme en seco. Sí, confieso que se me había ido un poco la mano con la historia, pero un exceso de imaginación era habitual cuando alguien llegaba tarde. Y los demás, sólo por buenos samaritanos, generalmente seguían el juego. Y entonces alguno había escuchado en la radio acerca del problema, o se lo habían contado a la entrada, o lo que fuera. Pero hoy no era así. Al contrario, todos me miraban con cara de perdonarme la vida. ¡Incluso mi jefe, que más que enojado parecía divertido! Yo no entendía nada
Cuestión que empecé a trabajar convencida de que el día no podía ser peor.
Y entonces ocurrió.
Yo estaba ocupadísima con mi ordenador, cuando escuché que mi jefe me dice: “Mira, allí viene el policía que te salvó en el subterráneo” Levanté la cabeza sin entender y…
¡Sí! Ahí estaba él… ¡Mariano! Mi macho posmo. Mirándome también él con la misma cara estúpida que ahora tenían todos los hombres de mi oficina.
¿Se puede ser más desafortunada?
Al regresar a casa me di cuenta que sí. Pero esa es otra historia.
Ahora tengo que dejarte. La carne está en el horno, (sí, carne de verdad y no del freezer), y no puedo darme el lujo de que se queme. Ni bien termine con lo de la cena te sigo contando.
Besos
Yo

1 comentario:

Unknown dijo...

Mi hiciste reír mucho... perdón se que no es la idea pero de verdad que fue muy de pelicula!
Debes estar pasando esa etapa de "no doy una"

Hay varias cosas en las que me quedé pensando .Por ejemplo que es eso del anillo? O fue una expresión tuya nomas. Porque si no! Siento que me perdí de algo.
Imagino el momento de tensión que viviste a la mañana... qué te puedo decir, mucha coincidencia que V. vaya justo sin llamar y cuando se supone que no deberías estar más. (Déjame decirte que te entiendo perfectamente con lo del presentismo y las excusas boludas, aunque,sí ... se te fue la mano un poco. Pero estuvo acorde a la situación.) Y la bromilla de tu jefe junto a Mariano fue lo que se diría la frutilla del postre. Imagino por donde viene la cosa pero espero que me cuentes y no me dejes con la intriga!....