Siempre me apasionaron los folletines
al estilo Dumas. Esas novelas por
entregas donde los lectores están dispuestos a cualquier cosa por conseguir la
continuación de la historia que los atrapa. Recuerdo haber leído en algún sitio
que en las colonias norteamericanas, en épocas del boicot por el té, no
llegaban barcos desde Londres. Uno de los buques, sin embargo, superado el
bloqueo, entró a puerto, y cuando corrió la voz entre los pobladores de que
traía la entrega final de la novela, la gente se agolpó para recibirlo y
comprar su ejemplar, poniendo en riesgo la estabilidad del muelle y algunos (¡qué
locura!) llegaron al extremo de arrojarse al agua y tratar de alcanzar la
lancha de desembarco a nado, incluso antes de que el navío atracase.
Siempre acaricié la idea de lo fabuloso
que resultaría despertar la ansiedad en el lector que yo misma había experimentado
leyendo las novelas de Dumas y de Dickens.
Cuando al cabo de los años empecé a
publicar como Clara Voghan, hice una serie de lanzamientos por capítulos de la
primera novela de la serie de Pequeños Pecados, y el proyecto no sólo me
entusiasmó, sino que, a pedido del público, me propuse profundizarlo, y así
decidí escribir las dos novelas que completaron la saga.
En realidad este experimento logró su
punto culminante con “Volver a empezar”.
Esta historia, para decirlo mal y pronto, es un culebrón, y cada
capítulo termina de manera que crezca en el lector la urgencia por leer el
siguiente. Con esta premisa se escribieron
y se anunció el lanzamiento de la novela.
El grupo por aquel entonces contaba con una regular afluencia de
miembros (unos 1700) deseosos de seguir las entregas. Ellas se hacían a razón de un capítulo cada
48 horas. El efecto fue sumamente
iluminador, pero no pudo repetirse. Muchos de los que padecieron la angustia de
aguardar a la siguiente entrega, no quisieron repetir el suplicio, por lo que a
partir de entonces se limitaban a juntar todos los capítulos antes de leerlos
de un tirón. Más o menos como dicen que
hoy pasa con las series de HBO o Netflix, pero algunos años antes.
Me ha impulsado a escribir estas
palabras el hecho de que muchos comentarios refieren que es una lectura
“adictiva” y ello se debe, creo yo, a mi deseo secreto de compartir tanta
pasión con el lector.
Esta manía por el folletín, quienes lean
alguna de mis novelas, la encontrarán casi omnipresente en todas ellas.
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