martes, 3 de enero de 2017

CITA A CIEGAS






   —No quiero más citas a ciegas. Creí que eso ya había quedado claro.
   —Claudio y su amigo son especiales.
   —Mejor me voy —dijo la otra, impiadosa.
   Pero bastó darse vuelta para quedar atrapada por una pared de grasa.
   —Hola Greta... ¿Esta es tu amiga?
   —Sí.
   —¡No! —bramó Paula—. Su ex-amiga.
   Pero luego de más de diez horas de trabajo en lo de Cárdenas, la muchacha ya estaba demasiado cansada como para oponerse a su triste destino... En realidad ya estaba demasiado cansada como para cualquier cosa. De lunes a jueves la absorbían sus tareas de periodista, las compras, y la cocina. Pero los viernes tenía que ponerse al día con los más de cuatrocientos metros cuadrados del piso de su jefe. Y si bien era cierto que casi el ochenta por ciento de la superficie no se usaba durante la semana, y que la ventilación forzada impedía la acumulación del polvo, Paula sentía que la tarea comenzaba a desbordarla. Cárdenas colaboraba, por supuesto... Pero eso era todavía peor. Porque sentirlo trajinar alrededor suyo la hacía extrañar a Bru hasta el delirio. Tenía nostalgias de la deliciosa intimidad que habían compartido durante más de cinco años. Las horas en que se mezclaban el trabajo, la casa, el juego y la sensualidad, en una perfecta armonía...  Sí, extrañaba tanto a su marido, que últimamente no dejaba de soñar con él. Y como cuando él vivía, no era raro que se despertara mojada por tanta excitación y deseo...
   Claro que después tenía que ir a casa de Cárdenas, y...
   Sí... Compartir con su jefe lo cotidiano la estaba haciendo enloquecer.
   —¡Niños!... ¡Niños!... No se peleen. Hay suficiente Greta para los dos.
   La voz de su amiga sacó a Paula de su ensoñación. Como ocurría siempre, los idiotas de turno estaban peleando por ver cuál de ellos se quedaba con el premio mayor. ¿Se sentiría Olivia Vieytes, en casa de Cárdenas, como ella ahora? De ser así, era bastante comprensible su enojo. Convertirse en el premio consuelo no era bueno para el ego de nadie.
   Al fin la situación se aclaró entre esos dos pelmazos, y, por supuesto, a ella le tocó el más bajo, con la pelada incipiente. Claro que Paula no era del tipo de mujer a la cual le importara demasiado el aspecto de un hombre. Faltándole a ella misma unos pocos años para los treinta, ya se había acostumbrado a ver cabezas ralas y abdómenes prominentes en sus compañeros eventuales. Tampoco se asustaba por una nariz con personalidad propia, lentes gruesos  u orejas como parabólicas, porque para ella, bien mirado, todo hombre tenía su gracia y su encanto. Pero quizás por haberle dedicado tanto tiempo al deporte, no había nada que la atrajera más del sexo opuesto que una musculatura bien formada. Un cuerpo esculpido era, a sus ojos, signo de virilidad y carácter. Así que por culpa de semejante prejuicio, el espécimen que tenía enfrente, de contextura y peso regular, pero completamente fofo y con grasa hasta en el cerebro, le parecía muy poco estimulante.
   —Perfiles de P.V.C... ¿Sabes lo que es eso?
   —Algo que se usa para la construcción, ¿no?... Puertas, ventanas...
   —Pero de P.V.C... El milagro de la ciencia moderna. ¡Son maravillosos! Livianos, inalterables... ¡Y salen al mejor precio! Ayer mismo...
   Paula suspiró. ¡A ese fulano realmente le entusiasmaba su oficio! Y más insistía él en alabar los malditos perfiles, más se espantaba la muchacha al ver el suyo, mullido y acolchonado. Una y otra vez volvía a su memoria la famosa prosa de Juan Ramón Jiménez: “Platero es un burro blando, peludo y suave...”.
   Se enojó consigo misma. ¿Podía ser tan hueca como para juzgar al pobre tipo sólo por sus defectos físicos?
   Decidió darle otra oportunidad.
   —Y además de vender perfiles, ¿qué otra cosa te gusta?
   —Los autos. Sigo todas las competencias de turismo carretera.
   —Ah... Sí, son divertidas. Varias veces acompañé a mi marido a ver alguna.
   —¿Eres divorciada?... ¡¿No tendrás hijos, no?!
   —Soy viuda. Y no, no tengo hijos. ¿Te molestan los niños?
   —Las mujeres con hijos son siempre un fastidio. Hay que hacer las cosas en tiempo record, antes de que se vaya la niñera.
   —“Hacer las cosas”... ¿A qué te refieres?
   —Tú sabes... Sexo.
   Bueno, al menos el tipo era sincero. Aunque tenía que acordar con Cárdenas que tanta franqueza resultaba un tanto insultante.
   —Así que no te gusta la idea de hacerte cargo de hijos ajenos, si la relación termina derivando en algo serio.
   —¡Guau, guau, guau, muchachita! ¡Stop! Pon el freno de mano. No soy del tipo “relaciones serias”. Soy demasiado joven, y tengo todavía mucho por vivir.
   —Entonces vamos mal, porque yo soy del tipo “únicamente en serio”.
   —¡Puta que lo parió!... Me lo imaginé ni bien te vi... ¡Qué mierda!
   —Lo lamento... Pero si quieres irte, no me ofendo... —sugirió, ilusionada.
   —No, está bien... Además, a esta hora ya no puedo ligar a otra.
   —¿Cuántos años tienes, Claudio?
   —Veintiocho.
   —¡Vamos!
   —¿Quieres que te muestre el documento?
   —Sí.
   El tipo la observó con encono.
   —Está bien. Tengo treinta y tres.
   —¿Vives por aquí?
   —Tengo una casa inmensa en Adrogué.
   —Ah... Todavía vives con tus padres.
   —¡¿De dónde sacaste eso?!
   —Se nota a la legua que eres soltero. Vendiendo perfiles no puedes ganar tanto, y aun cuando hubieras heredado la casa, de estar allí sin compañía, te hubieras deshecho de ella de inmediato. Una propiedad grande conlleva demasiado esfuerzo, y no pareces del tipo que esté interesado en hacerlo.
   —¿Qué eres? ¿Investigador privado?
   —Aspirante a periodista.
   —Es cierto, vivo con mis padres —confesó de mal modo—, pero sólo lo hago por estrategia.
   —¿Estrategia?
   —No me falta nada, y como mi cuarto está arriba de la cochera, separado del resto de la casa, tengo absoluta privacidad. ¿Para qué necesito más?
   A Paula se le ocurrían un millón de respuestas a esa pregunta, pero calló.
   —Y gracias a que no gasto en vivienda —continuó aquel galán, inmune a la cara de aburrimiento de su compañera—, pude comprar el “botecito” que tengo en la puerta.
   —Buen auto. Debe costar como cien mil pesos, ¿no?
   —¡Ciento treinta y siete mil, barato, barato!... Hipotequé hasta el alma, pero vale la pena.
   “De seguro tu alma no debe valer mucho más”, reflexionó Paula, amargada. Pero de inmediato se arrepintió de haber pensado tamaña barbaridad.
   Volvió a observar al muchacho. Finalmente había dado con la sinceridad que buscaba en un hombre, pero, por desgracia, en el peor de los envases.
   —Dime, Claudio... No pude evitar darme cuenta que, al llegar, pelearon con tu amigo por Greta... Sé que habitualmente no se preguntan estas cosas, pero... Alguien me hizo un comentario, y tengo curiosidad... Y como es muy probable que tú y yo no volvamos a vernos nunca más...
   —¿Qué quieres saber?
   —¿Te parezco linda?
   —Normal... Como todas.
   —Greta te gusta más.
   —¡No puedes compararte! Ella “sí” tiene tetas. ¡Y un culo!... Y su cara tampoco es fea.
   —¡¿Tampoco es fea?! Greta es una de las mujeres más hermosas que conozco. Pocas veces vi ojos más bellos...
   Por un brevísimo instante Paula pudo sentir la caricia de la mirada de Cárdenas, pero de inmediato su compañero la volvió a la realidad.
   —¿Eres gay?
   —¿Qué?
   —Si eres tortillera... ¡Si estás enamorada de Greta!
   —¡No!... Pero puedo juzgar la belleza de la gente, ¿no te parece?.. A ver, en una escala del uno al diez, físicamente, ¿con cuánto te calificarías tú?
   —No sé... Supongo que ocho, o nueve.
   —¡Ocho, o nueve! —replicó ella, divertida.
   —¡No seas bruja! ¿Quieres vengarte de mí porque dije que me gustaba tu amiga?
   —¡No!... Pero, seamos sinceros, Claudio... Si alguien como Guido Méndez es un diez...
   —¿Guido Méndez? ¿El periodista de “Rompiendo las Pelotas”?
   —Sí... Él.
   —¡No seas inocente! Ese tipo no existe. Los de la televisión no son hombres reales.
   —Pues este lo es, y mucho. Trabajo junto a él todos los días, y visto de cerca es todavía mejor que en la pantalla.
   —¿Trabajas con él?
   —Sí... Y, de verdad, no comprendo qué ocurre con ustedes los hombres. Es cierto que cada uno puede tener gustos distintos... Pero es bastante raro pensar que yo pueda gustarle tanto a un tipo de diez, como Guido, que insiste cada vez que lo rechazo, mientras que tú...
   —¡Guau, guau, guau! ¡Stop! ¿Crees que soy pelotudo? ¡Guido Méndez está totalmente fuera de tu alcance!
   —Y eso me lo dice un tipo que, del uno al diez, ni siquiera califica —murmuró la niña para sí.
   Pero su galán la escuchó.
   —No seas perra. Por supuesto que califico. ¡Y Guido Méndez nunca se fijaría en ti!
   —¡Vaya!
   Para Paula eso ya era una cuestión de orgullo, así que se dirigió directamente a su amiga.
   —Greta... ¿A qué tipo rechacé últimamente?
   —A Ezequiel Cárdenas. Pero eso no es nada para lucirse. Ya te dije que estás loca.
   —¡¿A Ezequiel Cárdenas?! —se maravillaron ambos hombre al unísono.
   Por el contrario, Paula se enojó.
   —¡Cárdenas nunca me invitó a salir!
   —Pero te dijo que le gustaba tu culo.
   —¡Greta! —se espantó Paula, y de inmediato la reconvino en voz baja —Eso te lo conté sólo a ti.
   —Igual eres una tonta.
   —Pero yo me refería al tipo que rechacé tres veces.
   —Ah... Guido Méndez.
   —¡¿Guido Méndez?! —volvieron a exclamar los varones, mientras comenzaban a observar a Paula y su culo de forma impúdica.
   —No me extraña —se apuró a decir Agustín, el compañero de Greta, con tono baboso—. Eres espectacular.
   —Igual que como era cuando entré aquí —reflexionó la muchacha, sin coquetería.
   Ah... Ahora podía entender. Ya fuera “Diez, la mujer perfecta”, o “Cero, la novia de Chucky”, bastaba que un famoso posara su vista en ella, para trepar al tope del ranking. ¡Con que así eran las cosas!
   —¿Cómo dijiste que te llamabas? —insistió el tipo.
   —No te gastes. Si rechacé a Guido, tú no tienes oportunidad.
   —¡Has visto! ¡Es una bruja! —se quejó Claudio con su amigo— Y así fue toda la noche.
   Agustín perdió de inmediato todo interés en ella, mientras que Paula renovó las atenciones para con su pareja.
   —Déjame entender esto, Claudio, porque es muy importante para mí... Tienes treinta y tres años. Tus músculos se caen tanto como tu cabello. Tu auto de más de cien mil pesos, único capital que posees, se ha depreciado un cincuenta por ciento sólo por sacarlo de la agencia. Tu vida se limita a los perfiles de P.V.C, y, sólo de tanto en tanto, a las competencias de turismo de carretera... Y así y todo, no sólo no buscas con desesperación atrapar a una mujer antes de que las cosas empeoren, sino que te das el lujo de rechazar a las que tienen hijos, o a las que, como yo, son apenas “normales” para ti...
   —Que puta, perra, bruja mal cogida que eres...
   —Eso…, o quizás soy tu última oportunidad para recapacitar, y comenzar a vivir de verdad tu vida...
   —¡Mujeres sobran, estúpida! ¡Ahora, y siempre!... Claro que es inevitable encontrar de tanto en tanto una puta como tú, capaz de rechazar a tipos como Guido Méndez o como yo. Pero, ¿quieres que te diga algo?: ¡no eres tan gran cosa!... ¡Y ya me hartaste!
   Aquel hombre pequeño se puso de pie ruidosamente, embravecido.
   —Por mí te puedes ir a la mierda, la puta que te parió. Lo último que me faltaba para amargarme la noche era una bruja como tú —Y mirando a su amigo, agregó— ¿Vamos, Agustín?
   —Yo... Yo me quedo.
   —¡Tú no te quedas nada!
   Greta lo observaba, confundida. Y su gesto de desconcierto bastó para enardecer aún más a Claudio, que le habló directamente.
   —Y tú, pelotudita... Agustín es el marido de mi prima. Está casado, ¿entiendes?... ¡Te convenía quedarte conmigo, estúpida!
   El tal Claudio tomó a su pariente por los hombros y lo arrastró hacia la salida.
   
(Tomado de “Elegir al mentiroso”)
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