—No quiero más citas
a ciegas. Creí que eso ya había quedado claro.
—Claudio y su amigo
son especiales.
—Mejor me voy —dijo
la otra, impiadosa.
Pero bastó darse
vuelta para quedar atrapada por una pared de grasa.
—Hola Greta... ¿Esta
es tu amiga?
—Sí.
—¡No! —bramó Paula—.
Su ex-amiga.
Pero luego de más de
diez horas de trabajo en lo de Cárdenas, la muchacha ya estaba demasiado
cansada como para oponerse a su triste destino... En realidad ya estaba
demasiado cansada como para cualquier cosa. De lunes a jueves la absorbían sus
tareas de periodista, las compras, y la cocina. Pero los viernes tenía que
ponerse al día con los más de cuatrocientos metros cuadrados del piso de su
jefe. Y si bien era cierto que casi el ochenta por ciento de la superficie no
se usaba durante la semana, y que la ventilación forzada impedía la acumulación
del polvo, Paula sentía que la tarea comenzaba a desbordarla. Cárdenas
colaboraba, por supuesto... Pero eso era todavía peor. Porque sentirlo trajinar
alrededor suyo la hacía extrañar a Bru hasta el delirio. Tenía nostalgias de la
deliciosa intimidad que habían compartido durante más de cinco años. Las horas
en que se mezclaban el trabajo, la casa, el juego y la sensualidad, en una
perfecta armonía... Sí, extrañaba tanto
a su marido, que últimamente no dejaba de soñar con él. Y como cuando él vivía,
no era raro que se despertara mojada por tanta excitación y deseo...
Claro que después
tenía que ir a casa de Cárdenas, y...
Sí... Compartir con
su jefe lo cotidiano la estaba haciendo enloquecer.
—¡Niños!...
¡Niños!... No se peleen. Hay suficiente Greta para los dos.
La voz de su amiga
sacó a Paula de su ensoñación. Como ocurría siempre, los idiotas de turno
estaban peleando por ver cuál de ellos se quedaba con el premio mayor. ¿Se
sentiría Olivia Vieytes, en casa de Cárdenas, como ella ahora? De ser así, era
bastante comprensible su enojo. Convertirse en el premio consuelo no era bueno
para el ego de nadie.
Al fin la situación
se aclaró entre esos dos pelmazos, y, por supuesto, a ella le tocó el más bajo,
con la pelada incipiente. Claro que Paula no era del tipo de mujer a la cual le
importara demasiado el aspecto de un hombre. Faltándole a ella misma unos pocos
años para los treinta, ya se había acostumbrado a ver cabezas ralas y abdómenes
prominentes en sus compañeros eventuales. Tampoco se asustaba por una nariz con
personalidad propia, lentes gruesos u
orejas como parabólicas, porque para ella, bien mirado, todo hombre tenía su
gracia y su encanto. Pero quizás por haberle dedicado tanto tiempo al deporte,
no había nada que la atrajera más del sexo opuesto que una musculatura bien
formada. Un cuerpo esculpido era, a sus ojos, signo de virilidad y carácter.
Así que por culpa de semejante prejuicio, el espécimen que tenía enfrente, de
contextura y peso regular, pero completamente fofo y con grasa hasta en el
cerebro, le parecía muy poco estimulante.
—Perfiles de
P.V.C... ¿Sabes lo que es eso?
—Algo que se usa
para la construcción, ¿no?... Puertas, ventanas...
—Pero de P.V.C... El
milagro de la ciencia moderna. ¡Son maravillosos! Livianos, inalterables... ¡Y
salen al mejor precio! Ayer mismo...
Paula suspiró. ¡A
ese fulano realmente le entusiasmaba su oficio! Y más insistía él en alabar los
malditos perfiles, más se espantaba la muchacha al ver el suyo, mullido y
acolchonado. Una y otra vez volvía a su memoria la famosa prosa de Juan Ramón
Jiménez: “Platero es un burro blando, peludo y suave...”.
Se enojó consigo misma. ¿Podía ser
tan hueca como para juzgar al pobre tipo sólo por sus defectos físicos?
Decidió darle otra
oportunidad.
—Y además de vender
perfiles, ¿qué otra cosa te gusta?
—Los autos. Sigo
todas las competencias de turismo carretera.
—Ah... Sí, son
divertidas. Varias veces acompañé a mi marido a ver alguna.
—¿Eres
divorciada?... ¡¿No tendrás hijos, no?!
—Soy viuda. Y no, no
tengo hijos. ¿Te molestan los niños?
—Las mujeres con
hijos son siempre un fastidio. Hay que hacer las cosas en tiempo record, antes
de que se vaya la niñera.
—“Hacer las
cosas”... ¿A qué te refieres?
—Tú sabes... Sexo.
Bueno, al menos el
tipo era sincero. Aunque tenía que acordar con Cárdenas que tanta franqueza
resultaba un tanto insultante.
—Así que no te gusta
la idea de hacerte cargo de hijos ajenos, si la relación termina derivando en
algo serio.
—¡Guau, guau, guau,
muchachita! ¡Stop! Pon el freno de mano. No soy del tipo “relaciones serias”.
Soy demasiado joven, y tengo todavía mucho por vivir.
—Entonces vamos mal,
porque yo soy del tipo “únicamente en serio”.
—¡Puta que lo
parió!... Me lo imaginé ni bien te vi... ¡Qué mierda!
—Lo lamento... Pero
si quieres irte, no me ofendo... —sugirió, ilusionada.
—No, está bien...
Además, a esta hora ya no puedo ligar a otra.
—¿Cuántos años
tienes, Claudio?
—Veintiocho.
—¡Vamos!
—¿Quieres que te
muestre el documento?
—Sí.
El tipo la observó con
encono.
—Está bien. Tengo
treinta y tres.
—¿Vives por aquí?
—Tengo una casa
inmensa en Adrogué.
—Ah... Todavía vives
con tus padres.
—¡¿De dónde sacaste
eso?!
—Se nota a la legua
que eres soltero. Vendiendo perfiles no puedes ganar tanto, y aun cuando hubieras
heredado la casa, de estar allí sin compañía, te hubieras deshecho de ella de
inmediato. Una propiedad grande conlleva demasiado esfuerzo, y no pareces del
tipo que esté interesado en hacerlo.
—¿Qué eres?
¿Investigador privado?
—Aspirante a periodista.
—Es cierto, vivo con
mis padres —confesó de mal modo—, pero sólo lo hago por estrategia.
—¿Estrategia?
—No me falta nada, y
como mi cuarto está arriba de la cochera, separado del resto de la casa, tengo
absoluta privacidad. ¿Para qué necesito más?
A Paula se le
ocurrían un millón de respuestas a esa pregunta, pero calló.
—Y gracias a que no
gasto en vivienda —continuó aquel galán, inmune a la cara de aburrimiento de su
compañera—, pude comprar el “botecito” que tengo en la puerta.
—Buen auto. Debe
costar como cien mil pesos, ¿no?
—¡Ciento treinta y
siete mil, barato, barato!... Hipotequé hasta el alma, pero vale la pena.
“De seguro tu alma
no debe valer mucho más”, reflexionó Paula, amargada. Pero de inmediato se
arrepintió de haber pensado tamaña barbaridad.
Volvió a observar al
muchacho. Finalmente había dado con la sinceridad que buscaba en un hombre,
pero, por desgracia, en el peor de los envases.
—Dime, Claudio... No
pude evitar darme cuenta que, al llegar, pelearon con tu amigo por Greta... Sé
que habitualmente no se preguntan estas cosas, pero... Alguien me hizo un
comentario, y tengo curiosidad... Y como es muy probable que tú y yo no
volvamos a vernos nunca más...
—¿Qué quieres saber?
—¿Te parezco linda?
—Normal... Como
todas.
—Greta te gusta más.
—¡No puedes
compararte! Ella “sí” tiene tetas. ¡Y un culo!... Y su cara tampoco es fea.
—¡¿Tampoco es fea?!
Greta es una de las mujeres más hermosas que conozco. Pocas veces vi ojos más
bellos...
Por un brevísimo
instante Paula pudo sentir la caricia de la mirada de Cárdenas, pero de
inmediato su compañero la volvió a la realidad.
—¿Eres gay?
—¿Qué?
—Si eres
tortillera... ¡Si estás enamorada de Greta!
—¡No!... Pero puedo
juzgar la belleza de la gente, ¿no te parece?.. A ver, en una escala del uno al
diez, físicamente, ¿con cuánto te calificarías tú?
—No sé... Supongo
que ocho, o nueve.
—¡Ocho, o nueve!
—replicó ella, divertida.
—¡No seas bruja!
¿Quieres vengarte de mí porque dije que me gustaba tu amiga?
—¡No!... Pero,
seamos sinceros, Claudio... Si alguien como Guido Méndez es un diez...
—¿Guido Méndez? ¿El
periodista de “Rompiendo las Pelotas”?
—Sí... Él.
—¡No seas inocente!
Ese tipo no existe. Los de la televisión no son hombres reales.
—Pues este lo es, y
mucho. Trabajo junto a él todos los días, y visto de cerca es todavía mejor que
en la pantalla.
—¿Trabajas con él?
—Sí... Y, de verdad,
no comprendo qué ocurre con ustedes los hombres. Es cierto que cada uno puede
tener gustos distintos... Pero es bastante raro pensar que yo pueda gustarle
tanto a un tipo de diez, como Guido, que insiste cada vez que lo rechazo,
mientras que tú...
—¡Guau, guau, guau!
¡Stop! ¿Crees que soy pelotudo? ¡Guido Méndez está totalmente fuera de tu
alcance!
—Y eso me lo dice un
tipo que, del uno al diez, ni siquiera califica —murmuró la niña para sí.
Pero su galán la
escuchó.
—No seas perra. Por
supuesto que califico. ¡Y Guido Méndez nunca se fijaría en ti!
—¡Vaya!
Para Paula eso ya
era una cuestión de orgullo, así que se dirigió directamente a su amiga.
—Greta... ¿A qué
tipo rechacé últimamente?
—A Ezequiel
Cárdenas. Pero eso no es nada para lucirse. Ya te dije que estás loca.
—¡¿A Ezequiel
Cárdenas?! —se maravillaron ambos hombre al unísono.
Por el contrario,
Paula se enojó.
—¡Cárdenas nunca me
invitó a salir!
—Pero te dijo que le
gustaba tu culo.
—¡Greta! —se espantó
Paula, y de inmediato la reconvino en voz baja —Eso te lo conté sólo a ti.
—Igual eres una
tonta.
—Pero yo me refería
al tipo que rechacé tres veces.
—Ah... Guido Méndez.
—¡¿Guido Méndez?!
—volvieron a exclamar los varones, mientras comenzaban a observar a Paula y su
culo de forma impúdica.
—No me extraña —se
apuró a decir Agustín, el compañero de Greta, con tono baboso—. Eres
espectacular.
—Igual que como era
cuando entré aquí —reflexionó la muchacha, sin coquetería.
Ah... Ahora podía
entender. Ya fuera “Diez, la mujer perfecta”, o “Cero, la novia de Chucky”,
bastaba que un famoso posara su vista en ella, para trepar al tope del ranking.
¡Con que así eran las cosas!
—¿Cómo dijiste que
te llamabas? —insistió el tipo.
—No te gastes. Si
rechacé a Guido, tú no tienes oportunidad.
—¡Has visto! ¡Es una
bruja! —se quejó Claudio con su amigo— Y así fue toda la noche.
Agustín perdió de
inmediato todo interés en ella, mientras que Paula renovó las atenciones para
con su pareja.
—Déjame entender
esto, Claudio, porque es muy importante para mí... Tienes treinta y tres años.
Tus músculos se caen tanto como tu cabello. Tu auto de más de cien mil pesos,
único capital que posees, se ha depreciado un cincuenta por ciento sólo por
sacarlo de la agencia. Tu vida se limita a los perfiles de P.V.C, y, sólo de
tanto en tanto, a las competencias de turismo de carretera... Y así y todo, no
sólo no buscas con desesperación atrapar a una mujer antes de que las cosas
empeoren, sino que te das el lujo de rechazar a las que tienen hijos, o a las
que, como yo, son apenas “normales” para ti...
—Que puta, perra,
bruja mal cogida que eres...
—Eso…, o quizás soy
tu última oportunidad para recapacitar, y comenzar a vivir de verdad tu vida...
—¡Mujeres sobran,
estúpida! ¡Ahora, y siempre!... Claro que es inevitable encontrar de tanto en
tanto una puta como tú, capaz de rechazar a tipos como Guido Méndez o como yo.
Pero, ¿quieres que te diga algo?: ¡no eres tan gran cosa!... ¡Y ya me hartaste!
Aquel hombre pequeño
se puso de pie ruidosamente, embravecido.
—Por mí te puedes ir
a la mierda, la puta que te parió. Lo último que me faltaba para amargarme la
noche era una bruja como tú —Y mirando a su amigo, agregó— ¿Vamos, Agustín?
—Yo... Yo me quedo.
—¡Tú no te quedas
nada!
Greta lo observaba,
confundida. Y su gesto de desconcierto bastó para enardecer aún más a Claudio,
que le habló directamente.
—Y tú, pelotudita...
Agustín es el marido de mi prima. Está casado, ¿entiendes?... ¡Te convenía
quedarte conmigo, estúpida!
El tal Claudio tomó
a su pariente por los hombros y lo arrastró hacia la salida.
(Tomado de “Elegir al mentiroso”)
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