¡Guido Méndez!
¿Qué hacía Guido Méndez en casa de
Cárdenas, a una hora en la cual su jefe nunca solía estar? ¿Qué cosa se le
habría perdido a semejante galán por allí?
Desde el gimnasio, Paula tardó cinco
segundos en activar el portero eléctrico que le permitía comunicarse cara a
cara con su visita, (a pesar de estar separados por muchos pisos de distancia). Pero le bastaron apenas tres, para efectuar todo tipo de conjeturas respecto a
la inesperada presencia del bello conductor televisivo en la casa.
Imposible que Méndez ignorara la
ausencia de Cárdenas, ya que era obligación de la vigilancia informárselo. Y si lo que traía
era un paquete, por más confidencial que fuera, por cuestiones de seguridad
interna del edificio necesariamente lo retenían en la portería. ¿Para qué subir
entonces? A menos que...
¡No! Era una locura. Resultaba
imposible que un tipo como Guido Méndez se interesara en ella. Esas cosas no
ocurrían en la vida real, (y mucho menos en la suya, que más se asimilaba a una
tragedia que a una novela romántica)
—Buenos días, señor Guido —recitó la
muchacha ante la cámara, con la mejor de sus sonrisas—. El señor Cárdenas no
está.
—Llegué hasta aquí sin darme cuenta
de que era tan tarde, y cuando miré el reloj ya había tocado el timbre —se
excusó él.
Mentira uno. Eso era imposible.
—¿Quiere que llame al señor Cárdenas
a su móvil, para avisarle que usted está aquí? —se ofreció la muchacha con
fingida inocencia.
—¡No! —se espantó aquel galán que
ahora parecía un tanto confundido—. A él no le gusta que lo molesten por
tonterías.
Mentira dos. A Cárdenas le encantaba
tener el control de todo. Incluso de las tonterías.
Por un segundo Paula y su visita se
miraron en silencio a través del monitor.
—¿Puedo ayudarlo de alguna forma?
—Bueno... —comenzó a decir su galán,
con una de esas sonrisas encantadoras que usaba en la tele—, ya que estoy aquí,
y para que el viaje no sea tan inútil, podrías invitarme con uno de esos
deliciosos cafés que tú preparas. Todavía no desayuné.
Paula le devolvió una sonrisa tan
falsa como la de la locutora del noticiero de la madrugada.
La pobre muchacha tenía un problema
cuando se trataba de hombres: solía pensar mucho más rápido que la mayoría de
ellos. Así que en el rato que le llevaba al galán de turno elaborar su táctica
de conquista, ella, tan veloz como desconfiada, ya había confeccionado un
sinnúmero de teorías acerca de las verdaderas intenciones del tipo que tenía
enfrente. Y Guido, a pesar de ser mucho más buen mozo que los demás, no era una
excepción en cuanto a su torpeza.
—Con todo gusto le serviré su café,
señor Méndez. Pero deberá tomarlo solo, porque yo estoy preparando un informe
para el señor Cárdenas, y quedé que iba a enviárselo en veinte minutos.
Mentira uno.
—¿Un informe? ¿Le haces informes?
—Es su nueva forma de mantenerme
ocupada.
Pero Guido no iba a rendirse tan
fácil.
—Puedo ayudarte, si quieres. Así
terminaríamos rápido, y nos sobraría tiempo para charlar.
“¡Claro! ¡Charlar!”, pensó Paula.
Como si un fulano como ese, que cobraba por hablar, estuviera dispuesto a
hacerlo gratis con alguien como ella. ¡Mentira tres!
—¡Me encantaría! De hecho podríamos
reunirnos cualquier tarde de estas para conversar, (Mentira dos). Pero ahora las
cámaras están encendidas, y...
—Podríamos apagarlas...
—Jamás apago las cámaras (Mentira
tres, ¡empate!). Le agradezco su ofrecimiento, pero como ve, no puedo
aceptarlo. Aunque, si todavía no desayunó, en el cafecito que está a su
izquierda sirven muy bien.
Lo previsto. Ante su negativa aquel
galán profesional se deshizo frente a sus ojos, como cualquier otro macho en
celo común y corriente.
¡Hombres!
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