viernes, 30 de diciembre de 2016

SALIR “DE TRAMPA”










—¡Vamos, Greta! Hace una hora que te espero, y ya no sé cómo quitarme de encima a tu jefe.
—Tú siempre tan impaciente, Paula. Apenas son las nueve. Mi turno todavía no se acaba.
—¿Y para qué me pediste que te viniera a buscar tan temprano entonces?
—Quería que conocieras a unas personas, y...
Su amiga se exasperó.
—¡Otra vez, Greta! Te dije que no estaba interesada en salir con los tipos que conoces en los eventos en que trabajas.
—¡No seas tan remilgada! A estos me los presentaron en un Congreso de Medicina. Son médicos.
—¡Ni aunque fueran millonarios! ¡No me interesan!
—Eres tú la que necesita encontrar un marido antes de los treinta, no yo... Y ya tienes veintisiete. El tiempo pasa, amiguita. Deberías agradecerme.
Dos tipos de unos cuarenta años se acercaron hasta ellas. Eran lindos, y tenían aspecto de  prósperos, pero todo en su actitud parecía gritar “trampa”. Para empezar, sus maletines y sus trajes eran más los de un visitador médico que los de un doctor. Sus perfumes eran baratos, y no como las delicadas fragancias importadas en que solían invertir los solteros de esa edad. Incluso el más bajo exhalaba un olor intenso a champú para niños. El otro, en cambio, tenía el típico halo claro en su dedo anular. ¡Idiotas!
Ni bien saludaron a las muchachas con unos besos babosos, se apuraron a anunciar que la cita iba a ser breve. Tenían que regresar antes de la medianoche, porque a primera hora de la mañana les habían pautado una operación de cerebro. Por supuesto durante el transcurso de la charla quedó claro que esos tipos nefastos no habían estado nunca en contacto con un cerebro ajeno, y mucho menos con el propio. Posiblemente esa fuera una de sus primeras escapadas, ya que ninguno de los dos había perfeccionado la delicada trama de mentiras que solía acompañar al infiel experimentado.
Sí, porque a esa altura de su derrotero como soltera por la ciudad, Paula ya era toda una experta en engaños y ardides masculinos.
Durante la primera media hora de la cita, los dos idiotas comenzaron a competir con disimulo, (¿?), para quedarse con Greta. Paula ya estaba acostumbrada. Su compañera era de una belleza impactante, y solía usar una falda tan pequeña como su moral.
Luego de hacer el ridículo por un rato, por fin se impuso el tipo con aroma de bebé. El del anillo olvidado, en cambio, tuvo que conformarse con el premio consuelo. Claro que Paula no se consideraba a sí misma como de descarte. Por el contrario, se sabía hermosa, y conocía su poder sobre los hombres inteligentes. Pero con tipos como esos, más preocupados por un buen culo, o unas tetas como repisa, ella, gracias a Dios, no tenía demasiada chance.
Por un tiempo largo el del anillo faltante, que al parecer ya se había resignado a su poca suerte, intentó una conversación íntima que lo acercara pronto a su objetivo. Fue entonces cuando comenzaron a surgir historias sobre autos importados y vacaciones al Caribe, tan falsas y ridículas como su presunto protagonista. En todas ellas el epílogo que se desprendía era el mismo: “terminamos en la cama, y la maté, porque en la cama soy el mejor”. Y cada vez que el tipo la contemplaba buscando su admiración, Paula apenas podía contener la risa. Greta, en cambio, escuchaba al otro arrobada, de seguro imaginándose mientras paseaba en un lujoso modelo deportivo alemán. Y es que a pesar de haber oído historias semejantes cientos de veces, de boca de otros tantos hombres, la pobre muchacha todavía conservaba la ilusión de que, alguna vez, tales fantasías fueran reales.
—Así que eres periodista —aseveró el tipo sin el anillo—. ¿Dónde trabajas?
—Bueno —se apuró a contestar Greta, temiendo que Paula dijera alguna barbaridad—, en realidad ella es...
No pudo seguir, porque su amiga se anticipó a terminar la frase.
—Asistente de Ezequiel Cárdenas —confesó sin faltar a la verdad.
—¿Ezequiel Cárdenas? ¿El de “Rompiendo las pelotas”?
—Sí. El de “RLP”.
—¡Vaya! —exclamó el otro con admiración— Ese fulano está metido en todos los líos que se arman en la política. ¡Parece saberlo todo! Me pregunto cómo hará.
Paula sonrió, y bastó ese gesto inocente para que su amiga, del otro lado de la mesa, se pusiera a temblar. ¡Conocía esa sonrisa y, aun peor, lo que venía después!
—¡Qué rico está el cordero patagónico! —mencionó Greta, en un intento vano por cambiar el tema.
—En realidad —contestó Paula, impiadosa—, mi jefe tiene el único archivo con datos interrelacionados del país. Todo lo que eres o tienes, figura en él.
—¡Guau! —se sorprendió su acompañante—. Me encantaría ver el de Tinelli, o el de Suar.
—Pero no sólo están los famosos de la televisión —continuó la muchacha con fingida inocencia—. “Todos” figuramos.
—¿“Todos”, cómo quién? —preguntó el que parecía más listo con algo de preocupación.
—Te daré un ejemplo —explicó Paula, encantada—. Hace ya un mes, una noche Greta y yo salimos con un par de idiotas. Los tipos nos habían dicho que eran solteros y que trabajaban en un hospital. ¡¿Podrán creer que nos estaban mintiendo?!
El del anillo faltante se atragantó, pero el otro salió rápidamente en su auxilio.
—Hay gente para todo —comentó compungido.
—¡Ni que lo digas! Bueno, por fortuna al llegar a casa lo primero que hice fue entrar en los archivos de mi jefe. Allí figuraba todo: estado civil, domicilio actualizado, estudios, profesión. ¡Y nada de lo que habían dicho resultó cierto!
—¡Qué desfachatados! —simuló espantarse el que parecía más listo.
—¿Y qué hiciste? —preguntó en un hilo de voz el otro.
—¡¿Qué iba a hacer?! ¡Lo único posible! Me comuniqué de inmediato con la mujer de uno de ellos, le aporté las pruebas concretas, y para las ocho de la noche ya la pobre muchacha había cambiado la cerradura de su casa y vaciado las cuentas bancarias conjuntas. ¡Era lo mínimo que ese idiota se merecía!
El compañero de Paula miró al otro con un gesto desfalleciente, obligándolo a intervenir.
—Sí, se lo merecen por torpes —replicó “aroma de bebé”, con la vista fija en su amigo—, por dar sus nombres verdaderos.
Paula volvió a sonreír. Los presuntos “Ramiro y Nicolás”, varias veces habían intercalado un “Néstor y Lalo”... ¡Principiantes!
—¡Claro que no nos dieron sus verdaderos nombres! Pero me bastó buscar la matrícula del automóvil que conducía uno, y mirar los datos de la tarjeta de crédito que usó para pagar la cuenta el otro, para que quedaran al descubierto.
—¡¿La matrícula?! ¿Anotaste el número de las placas? —preguntó el “sin anillo”, al borde del colapso. Y de inmediato se dirigió a su compinche—: ¿Por qué no me acompañas al “toillete”, amigo? Creo que el cordero está haciendo su efecto.
En menos de un segundo, y como por arte de magia, los dos farsantes habían desaparecido.
—¡¿Por qué hiciste eso, Paula?! ¡Eres horrible!
—¿Qué pretendías? ¿Acaso no te diste cuenta que no han dicho ni una sola cosa cierta desde que se sentaron?
—¿Y con eso, qué? Todos mentimos un poco.
—¡Son casados!
—¡¿Y con eso, qué?! De seguro Ramiro no es feliz con su mujer, si el pobrecito tiene que ir por allí en busca de una aventura.
—¡Ni siquiera se llama Ramiro!
—Ya sé. El tuyo le decía Néstor todo el tiempo.
—¡Silencio! Allí vienen.
Paula se apuró a ponerse de pie y salirles al encuentro. ¡Lo único que faltaba era que se fugaran sin pagar su parte!
—Nos ha surgido algo, muchachas. La operación de cerebro...
—¡No me digas! —se espantó la presunta periodista— De seguro explotó antes de tiempo...
“Perfume de bebé” la miró con desconfianza, pero se limitó a decir: —Algo así... Tenemos que irnos.
—¿Ya pagaron la cuenta? —los apuró Paula.
—¿La cuenta?... Ah, sí, sí, claro... Me había olvidado... Aquí les dejo doscientos pesos.
—¿Y nosotras cómo nos volvemos a casa? —preguntó con auténtica inocencia Greta.
—¿Por qué no nos llevan en su auto? —añadió con malicia su amiga.
—¡No! —gritaron ambos galanes al unísono.
—Aquí les dejamos veinte más para un taxi... ¡Hasta luego!
—¡Hasta luego, Néstor! —contestó Paula con una sonrisa.
Y el pobre “Ramiro” se estremeció.

(Tomado de “Elegir al mentiroso”, 1)

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