sábado, 31 de octubre de 2015

Una pared ARDIENTE





Una pared ARDIENTE

Querida Repara Corazones:
Ayer leí tu consejo. Y sí, tienes razón, no puedo encarar todo “de una”. Tengo que ponerme metas. Así que esta mañana, más decidida que nunca a hacerte caso, me convencí a mí misma que lo mejor era ir a ese after office, y sin dar más vueltas explicarle mi situación afectiva a Mariano.
Claro que antes de eso tenía que explicarle a Guille mis motivos para ir al after office, ¡y entonces las vueltas fueron un montón!
Y es que desde que está con nosotros Vanina, todo en la casa parece marchar de maravillas. Por ejemplo, ayer, después de comer, cuando nos quedamos solos en el cuarto, Guille estuvo particularmente ardiente conmigo. Es decir, hacía mil años que el sexo entre los dos no era tan apasionado. Y si bien es cierto que mi entusiasmo estaba muy movido por los celos, fue Guille el que inició el juego. ¡Y cómo lo inició! Porque el chico suele ser más bien aburrido y rapidito, ¡pero cuando se lo propone!... Bueno, que todo estuvo increíble. Así que al ir a desayunar esa mañana no pude evitar lanzarle a mi oponente, (que aunque no está trabajando se levantó para desayunar  con nosotros), una de esas miradas de  “serás más linda que yo, pero él es todo mío”.
Respecto de lo del desayuno quiero hacer un paréntesis. Porque, yo no sé cómo será en tu casa, pero en la mía es como tener sexo casual: “rapidito y sin pensar demasiado en las consecuencias”. Por eso no es raro que suela atajar las tostadas cuando ya estoy en la puerta, (¿te hablé de mi tostadora, no?), y tomar el café esperando el elevador, (cuando termino dejo la taza en el pasillo y Guille la entra). Bueno, esta mañana no fue nada como eso. Esta mañana había una mesa servida, tostadas en el plato, y café en la jarra. Faltaba el jugo y bien hubiéramos podido filmar en casa una publicidad para la tele. ¡Parecíamos una familia perfecta! Claro que no me quedaba muy en claro quién era la mamá, y a quién la estaban teniendo de hija.
Vanina, a pesar de que apenas eran las siete de la mañana, estaba vestida y peinada con esmero. Claro que yo también tenía lo mío. Pero yo lo había hecho por el famoso after office, así que, aún a pesar de que todavía arrastraba los efectos beneficiosos de los ardores de Guille, (o quizás justamente por eso), no pude evitar una mirada de reproche para la intrusa.
Si ella se dio cuenta, no lo sé. Pero cuando saqué el tema del after office, mi Guille se puso como loco. Y eso hizo que me tranquilizara bastante. Porque después de todo, si todavía siente celos por mí, es señal de que de verdad no está interesado ni un poquito en la otra. Pero como yo soy muy obediente, y estaba dispuesta a seguir tus consejos a cualquier costa, seguí insistiendo con eso de que no podía perderme el “after”, porque de lo contrario iba a quedar “out”. Que en esas reuniones informales se decidían las cosas más formales de la oficina, y que de no ir corría riesgo de perder esos pocos privilegios que tenía con mi jefe y compañeros.
Guille seguía sin estar convencido. Y entonces ocurrió algo de lo más extraño, (es decir, más extraño aún que desayunar sentada a una mesa). Sí, Vanina empezó a darme la razón. A contar la historia de lo atada que se había sentido por los celos de su ex, y que por culpa de su desconfianza lo había perdido todo: el trabajo primero, y después a su ex. Pero si eso fue raro, más raro todavía resultó que sus palabras sirvieran para calmar de inmediato la ira de mi actual. Era como si Guille no se atreviera, o no pudiera contradecirla.
Te imaginarás en qué estado llegué a ese after office. Porque una cosa es encontrarte con un compañero de oficina teniendo un gustito a trampa en la boca. Y otra muy distinta es pensar que mientras tú sales, la trampa te la están haciendo a ti. Así que más pensaba en eso, más estaba dispuesta a escupirle “de una” a Mariano que yo tenía a alguien más.
Pero bastó que llegara mi macho posmo para que me olvidara de inmediato de mis buenos propósitos. ¡Él es tan divertido con su charla! O será simplemente que estaba extrañando el hablar de tonterías. Últimamente cuando Guille me dirige la palabra es sólo para quejarse del resumen de la tarjeta, o para contarme lo que le dijo el mecánico del auto, o, lo que es todavía más aburrido e incomprensible, lo que habló con mi suegra. Mariano, en cambio… No sé qué hablo con él, pero sé que me divierto mucho. Me rio. Me siento adolescente otra vez. Y no es sólo lo que dice. Es que cuando lo dice se nota que me tiene ganas. Y eso…
Para cuando empezó a insistir con lo de irse a otro sitio, sospeché que estaba planeando algo más. ¿Adónde quería llevarme? Para hablar de sexo me parecía demasiado rápido, (después de todo, ésta era la segunda vez que salíamos). Pero era obvio que, de repente, ese bar a oscuras ya no le alcanzaba.
Y más pensaba yo en eso, más mi conciencia me reprochaba por no haberle dicho de Guille.
Así que ni bien salimos de ese coqueto barcito en pleno microcentro porteño, a esa hora en que ya no queda nadie en las oficinas y las calles parecen un desierto, él, como si pudiera leer en mi mente que yo quería escaparme, me encerró contra una de las paredes dispuesto a darme un beso de aquellos. Y quizás porque la noche anterior mi pobre Guille había estado tan… tan… como antes, lo paré de una y le dije: “Perdón, Mariano, pero estoy viviendo con alguien”
Él me miró sorprendido, pero no tanto como yo hubiera esperado, (¿raro, no?), y me dijo: “Me importas demasiado como para que eso me importe”
¡Y me dio un beso!... ¡Qué beso! De esos besos con urgencia. Esos que te dicen que el tipo se muere de amor por ti. Que siempre te ha tenido ganas.
Sí, puede que sean ideas mías, pero la misma lengua que Mariano hasta entonces sólo había usado para hablar tonterías, ahora estaba siendo de lo más sabia y concienzuda para recorrer mi boca. Evidentemente a la hora del amor mi macho dejaba de ser posmo para convertirse en un macho a secas. Con todo lo que una espera de alguien así: algo áspero, pero con una fuerza subyugante.
¿Sabes cuánto hacía que no me besaban así?
Y quizás porque estaba tan seducida por ese beso, de repente todas mis alarmas se prendieron. De verdad yo no soy de esas. Una cosa era jugar a la trampa para levantar mi alicaído ego, (alicaído sobre todo después de ver a esa tonta de Vanina), pero otra muy distinta era jugar a dos puntas. ¡Yo no soy de esas!
Y fue cuestión de pensar que no le podía ser infiel a Guille, para imaginármelo besando a su ex de la misma forma descarada en que lo estaba haciendo Mariano conmigo.
Me puse como loca. Separé a Mariano, y sin darle tiempo a más corrí hasta la avenida y me tomé un taxi a casa.
Fue un viaje horrible. Porque en vez de reprocharme por lo que había hecho, comencé a fantasear con lo que encontraría al llegar a casa. Los gemidos de esa perra rubia cuando MI Guille le hiciera lo mismo que me había hecho a mí la noche anterior.
¿Y si sólo había tenido sexo conmigo con tanta vehemencia porque ya estaba pensando en la otra?
Te juro que subí a casa más como una amante despechada que como una esposa infiel. Estaba dispuesta a pelear, incluso a puño desnudo, por mi hombre.
Pero cuando abrí la puerta lo que vi fue todavía peor a cualquier cosa que hubiera imaginado.
Ay…
Disculpa… Tengo que dejarte. Al parecer alguien me está llamando por el teléfono de línea. ¡Qué raro! La gente suele llamarme al móvil.
Bueno, pero antes quiero que me digas… ¿Qué hago de mi vida? ¿Le doy una oportunidad a Mariano, o me conformo con mi vida chata? ¿Intento reconquistar a MI Guille, o simplemente mato a la rubia?

Besos


SD


sábado, 24 de octubre de 2015

Un horno que cocina demasiado rápido



 


Un horno que cocina demasiado rápido




PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN POR LA DEMORA. Pero mi vida es demasiado complicada.

¿Tengo que decirte que la carne se quemó?

“¿Quién te manda a jugar a la cocinera?”, pensarás tú. Pues te diré quién… Pero a su debido tiempo. Y es que necesito apegarme a la hora para no enredarme más de lo que ya estoy.

Bueno, nos habíamos quedado en mi oficina a las 10:45, con Mariano y los demás idiotas mirándome con la burla pintada en la cara. ¡Estúpidos! Y es que para macho posmo el mío resultó bastante cavernícola: “Supe que me estuviste buscando” me dijo de forma que todo el resto escuchara.

¿No es increíble que a las mujeres sólo nos interese lucirnos delante de los hombres, aun cuando las otras nos odien por eso, mientras que ellos sólo buscan la aprobación de sus congéneres? ¿Lo notaste? Tú que lo sabes todo, ¿tienes idea de por qué son así?

La verdad es que con tanto idiota mirándome de reojo sentí la tentación de decirle “Sí. Te busqué para pasarte el nombre de esa crema para las hemorroides que tanto necesitas”. Pero no. Como buena mujer intenté cubrir su torpeza, (¿por qué hacemos eso?) Así que puse cara de melosa, y comencé a hablar lo más bajo que pude. Y más susurraba yo, mayor era el silencio en la oficina. Sí, como por arte de magia los chats se acallaron y el teléfono dejó de sonar. Ni siquiera se escuchaba el láser de la impresora.  ¡Y después dicen que las chismosas somos nosotras!

Claro que yo, siempre sistematizando mi vida, ya había pensado una salida elegante para la entrada bochornosa que había hecho en la oficina del macho posmo.

“Nada”, le dije como se usa ahora, para así sonar yo también un poco posmo (¿por qué la gente tiene que empezar una frase anunciando que lo que va a decir carece de importancia? ¿No sería más fácil dejar que el otro se diera cuenta solito? ¿O es que excusarnos de nuestra tontería nos vuelve menos tontos?)

“Nada”, repetí por las dudas, “es que como dijimos que estaría bueno volver a vernos, y yo últimamente estoy muy ocupada…”

Y ahí, como si fuera un televisor cuando comienza la tanda publicitaria, de repente elevé drásticamente el volumen sin que nada pudiera anticiparlo.

“…no quería que te hicieras ilusiones. Por eso fui a tu oficina”, concluí casi a los gritos. Y luego, mirándolo con lástima, agregué, (en el lenguaje más posmo que se me ocurrió): “Odio dejar a la gente “pagando”.

Y entonces, como por arte de magia, todo regresó a la normalidad. Mi jefe retomó su chat y los muchachos volvieron a interesarse en el resultado del partido del domingo.

¿No es curioso? De haber sido ésta una oficina de mujeres, y yo la víctima del desplante, el silencio, lejos de disiparse, se hubiera hecho lo suficientemente intenso como para escuchar el ruido de mi corazón al hacerse añicos. Pero ellos no. Ellos se solidarizaron con el caído. Los varones siempre tienen conciencia de gremio.

La verdad es que ahora MP me miraba con “cara de perrito abandonado en video de youtube”. ¡Súper tierno, pobrecito! Y con esa trompita encantadora y una mirada lánguida me dijo que era una verdadera lástima que yo no pudiera salir, porque hacía rato que él no la pasaba tan bien con alguien. Que siempre le había parecido hermosa (¡!), pero que ahora también le fascinaban mi inteligencia y mi encanto, (como se dice en mi pueblo: ¡chupate esa mandarina!)

Y más hablaba él, más pensaba yo en Vanina. A fin de cuentas siempre supe que a pesar de no ser rubia, alta ni flaca, yo también tengo lo mío.

Cuestión que cuando iba en el metro camino a casa todavía no entendía cómo era que después de todos mis buenos propósitos, al final había quedado con Mariano en salir este viernes after office. Y más pensaba en eso, más me preguntaba por qué, si tan interesado en mí estaba, ni siquiera se había tomado la molestia de avisarme de su partida. ¿Acaso no andaba el elevador, y la escalera del edificio estaba colapsada, que le fue imposible sortear los pisos que nos separan?

“¡Qué embrollones son los hombres!”, pensaba yo.

 Hasta que llegué a casa.

¡Qué horror!

¡Me quiero morir!

¿Podrás creer que la idiota de Vanina ya está instalada en MI casa? ¡¿Y la furia de Guille dónde quedó?!

¿Ahora entiendes por qué me quejo de él? Es evidente que mi novio no tiene carácter.

Igual ella se está portando la mar de decente. Se instaló en el cuartito del fondo y sólo asomó la cabeza para ofrecerse a cocinar. Y si yo puse cara de sorpresa al escucharla, más la puso mi novio. Tal parece que Vanina no solía ser mejor cocinera que yo, pero ahora, quizás por pura necesidad, está muy cambiada. Igual, como te imaginarás, ni loca la dejaba lucirse, (¡que tampoco soy tan tonta!)

Y entonces dije que me iba a ocupar yo de la cena. ¡Tendrías que haberle visto la cara a Guille!

Lástima que ese horno calienta demasiado rápido. Porque el bife hubiera quedado muy rico.

Al final pedimos comida china. Llamó Vanina, pagó Guille, y el orgullo me lo tragué yo.

¡Qué horror! ¿Y ahora qué se supone? ¿Qué el viernes tengo que dejar solo a mi actual con su ex para poder explorar mi futuro? ¿Qué será mejor que haga? ¿Pausar lo de Mariano? ¿O salir igual, y que el destino me sorprenda?

¡Qué lío! Como ves sigo sistemáticamente desesperada.

Espero tu respuesta

Besitos

Yo

jueves, 15 de octubre de 2015

Un guión digno de la tele





 

Un guión digno de la tele



Querida Repara Corazones

¿Tengo cara de idiota yo? Digo, sé que no me has visto nunca, pero… ¿sueno como idiota?
Porque no puede ser que todo me pase a mí.
Ayer te dije que Vanina iba a llamarme para saber mi respuesta. Y de acuerdo a tus consejos, antes de contestarle pensaba sentarme tranquila y charlar de todo el asunto con Guille. Como tú dices, dejarlo fluir…
¡Ja! ¡Qué inocente!
Como las desgracias nunca vienen solas, ya desde la mañana todo empezó a salir mal. Primero a Guille se le ocurrió apretar el botón del escusado mientras yo estaba en pleno baño. Nuestro piso es antiguo, y las cañerías, de la prehistoria, por eso sabemos muy bien que NO hay que apretar el famoso botón cuando otro se está duchando ¡bajo ninguna circunstancia! Pero él está de lo más distraído desde el mismo día en que me negué a recibir el famoso anillo. Así que esta mañana se acababa de limpiar los zapatos con papel sanitario cuando, por un exceso de limpieza, lo tiró al escusado y, no contento con eso, apretó el maldito botón. ¿Acaso tengo yo la culpa de que él sea tan obsesivo? Sin embargo soy yo la que estuvo con chuchos de frío toda la mañana. Aunque puede que no fuera por lo de la ducha, sino porque hoy tuve uno de esos días que meten miedo.
Bueno, luego ocurrió lo de las tostadas. Tercer día que las tostadas saltan por el aire como si estuvieran en los juegos olímpicos. Créeme, hay pocas ventajas en tener un novio ingeniero. Por supuesto que tus equipos de audio y el televisor funcionan de maravilla, pero más te vale contratar a un pintor o a un plomero, porque tal parece que si no se los enseñan en la facultad no pueden hacerlo. Pero la tostadora, que yo sepa, está llena de circuitos, y tiene enchufe. Sin embargo cuando por tercer día mi desayuno se aprestaba a acabar en el suelo, recordé mis épocas de beach vóley e intenté atajarlas. ¡Craso error! No estaba en la playa, sino en la cocina, justo al lado de la cafetera. ¡Qué espanto! Y para colmo llevaba puesta mi mejor blusa blanca, porque como todos los días pienso que voy a toparme (¡al fin!), con Mariano, insisto en ir vestida al trabajo como si fuera a mi boda.
Cuestión que entre cambiarme la camisa por la única que tenía limpia, (y que por supuesto era la más vieja y fea), y chillarle a Guille mientras él trataba de arreglar el estropicio, se me hizo re tarde. ¡Imposible discutir nada con él! Y ya estaba abriendo la puerta para salir a la carrera cuando… ¡¿a que no te imaginas a quién me encuentro?! ¡Sí! ¡A Vanina! Es decir, al principio no me di cuenta que era ella porque, ¡vamos!, la niña es espectacular, y me costaba creer que alguien así hubiera podido ser novia de mi Guille. Pero sí, esa rubia de metro ochenta y piernas larguísimas era la ex de mi actual. Y por la cara que puso la muy arpía me quedó claro que no esperaba encontrarme allí. ¡Qué cerda! Porque que yo sepa habíamos quedado en que iba a llamar antes de venir. Pero tal parece que al final decidió saltear mi aprobación, porque se apareció así como si nada.
¡Tendrías que haber visto la cara de Guille! Y ahí yo, que para nada soy celosa, me puse medio loquita, (o loquita y media). De repente era como en esas escenas de teleteatro en que el chico y la chica se comen con la mirada bajo la atenta vigilancia de “la otra”… Todo súper romántico, excepto… ¡que la otra era yo! ¿Cuándo me convertí en “la otra”?
Y ahí me di cuenta: no estoy lista para dejar a Guille. O, bajo la luz de las circunstancias, para dejar escapar a Guille. O, lo más probable, para dejar que otra me robe a MI Guille.
El reloj corría. Iba a ser la tercera llegada tarde en el mes, y mi jefe ya había amenazado con quitarme el presentismo, (que es una especie de gratificación adicional a tu sueldo que por supuesto gastas aún antes de cobrarla,  y que les sirve a tus patrones para recordarte que no tienes derecho a tener una vida) Y no es que yo tuviera ánimo de pensar en ese preciso momento en mi trabajo, obnubilada como estaba por el curso de los acontecimientos. Pero Guille, que sólo atinó a presentarme a Vanina por su nombre, como si yo tuviera la obligación de saber que era su ex, no hacía más que recordarme la hora. Era como si intentara echarme.
Al final decidí irme yo solita. Saludé con una elegante indiferencia como corresponde a una dama, (bueno, al menos a ella, porque a él le partí la boca de un beso de esos que hacía rato no le daba), y me fui. Aunque en realidad tampoco me fui. Sólo simulé irme, y pegué la oreja del otro lado de la puerta. Pero no hizo falta arrimarse demasiado. Parecía que Guille se había quedado con varias cosas atragantadas, porque fue cuestión de quedar solos, (o de que creyeran estar solos), para que empezaran los gritos, (al menos los de él)
De verdad ya era muy tarde, y más que el presentismo me jugaba el puesto, así que, convencida de que mi novio iba a tener el valor que a mí me había faltado, y le pondría los puntos sobre las íes a esa desubicada, me fui sin más trámite.
Por supuesto al llegar a la oficina conté que me había quedado encerrada en el subterráneo. Y hasta sacudí mi tacón raspado delante de la cara del jefe para documentar la caminata por las vías. Y ya casi estaba terminando un guión digno de la tele, con el policía que me llevaba en andas y la ambulancia a la salida de la estación, cuando la sonrisa irónica de mis compañeros me hizo detenerme en seco. Sí, confieso que se me había ido un poco la mano con la historia, pero un exceso de imaginación era habitual cuando alguien llegaba tarde. Y los demás, sólo por buenos samaritanos, generalmente seguían el juego. Y entonces alguno había escuchado en la radio acerca del problema, o se lo habían contado a la entrada, o lo que fuera. Pero hoy no era así. Al contrario, todos me miraban con cara de perdonarme la vida. ¡Incluso mi jefe, que más que enojado parecía divertido! Yo no entendía nada
Cuestión que empecé a trabajar convencida de que el día no podía ser peor.
Y entonces ocurrió.
Yo estaba ocupadísima con mi ordenador, cuando escuché que mi jefe me dice: “Mira, allí viene el policía que te salvó en el subterráneo” Levanté la cabeza sin entender y…
¡Sí! Ahí estaba él… ¡Mariano! Mi macho posmo. Mirándome también él con la misma cara estúpida que ahora tenían todos los hombres de mi oficina.
¿Se puede ser más desafortunada?
Al regresar a casa me di cuenta que sí. Pero esa es otra historia.
Ahora tengo que dejarte. La carne está en el horno, (sí, carne de verdad y no del freezer), y no puedo darme el lujo de que se queme. Ni bien termine con lo de la cena te sigo contando.
Besos
Yo