viernes, 17 de noviembre de 2017

ENSUEÑOS GÓTICOS






Lo sabía de buena fuente: el profesor Repetto era libre. Libre como el viento. Un aire fuerte e imparable, capaz de arrasar todo a su paso. ¿Ya se habría dado cuenta de que ella llevaba dos clases cayéndose a propósito, sólo por sentir cómo la levantaba por el aire, con sus músculos poderosos y entrenados?
Bueno, no era la única. Muchas idiotas hacían lo mismo. Siempre había una en cada curso que estaba empeñada en ganar la eterna apuesta: conquistar al profe de Gimnasia. Pero él ni se les acercaba. Sabía que si se ponía a tiro iban a aprovecharse. A burlarse de él, de su querido profe, como se burlaban de ella. Porque todo el tiempo se estaban burlando de ella. De su forma de maquillarse, o de vestir, (siempre de negro, con sus eternos zapatones de plataforma, que usaba aun cuando el termostato trepaba los treinta grados centígrados). Se reían porque ella era gótica, porque tenía el mal hábito de cortajearse para chupar su propia sangre, y porque leía. Pero en realidad no le perdonaban que se atreviera a pensar. A ser distinta.
Nadie en ese estúpido colegio la entendía. Nadie en su estúpida casa. Nadie en el estúpido mundo.
Sólo el profe de Gimnasia.
Él, el único.
Claro que no siempre fue así. El día que lo había conocido discutieron amargamente. Ahora le daba gracia, pero ese día apenas había podido contener las ganas de llorar. Todavía podía escuchar las risas a su alrededor. Las burlas, por su furibunda negativa a reemplazar sus borceguíes por unas estúpidas zapatillas deportivas, más apropiadas para el ejercicio. Ese día también el profe había dejado caer un comentario jocoso, y entonces tuvo que odiarlo. Pero bastó que las demás perdieran interés, ocupadas en correr detrás de una estúpida pelota, para que él se acercara a ella con dulzura, ayudándola a ponerse de pie, mientras le susurraba al oído:
“Admiro tu valor”, le había dicho. “Pero no lo malgastes en un juego amistoso, porque no te van a quedar fuerzas para la gran final”.
¿Cómo era posible que la conociera tanto? Él sabía... Él entendía... Y luego de eso no sólo había accedido a ponerse las malditas zapatillas, sino que en menos de un mes se había convertido en su mejor corredora.
Él siempre le anunciaba su tiempo con una sonrisa. Un gesto cálido de entendimiento, que por un instante servía para transportarlos a un mundo íntimo y privado.
Claro que sólo eso había entre los dos. Después de todo el profe tenía como mil años, pobrecito, (o al menos treinta), mientras que ella sólo llevaba quince velitas sopladas, y un millón de ganas de que él la amara.
Sí... Algún día... Algún día el profe iba a decir: “Ayelén Ramos, cuarenta y seis segundos y tres décimas, ganadora de esta competencia, y propietaria de mi sangre y mi destino”. Y entonces las estúpidas iban a llorar. Y ellos se iban a ir juntos de ese estúpido colegio, para nunca más volver a su estúpida casa, adonde la esperaba su estúpida familia.
Sí, tarde o temprano iban a terminar juntos. Y él iba a beber su sangre, y ella la de él, y entonces vivirían para siempre.
—¡Ayelén! Te lo advierto por última vez: ponte derecha.
La muchacha obedeció a la gorda de Geografía sin chistar.
Claro que no era idiota. Sabía que resultaba muy difícil que todo eso ocurriera. Pero si después de un tiempo las cosas no se daban naturalmente, ya se iba a encargar ella misma de hacerlas ocurrir. Después de todo había miles de formas en que una menor como ella podía manipular a un adulto.
Sólo hacía falta valor para llevarlas a cabo.
Y valor era lo único que a Ayelén Ramos le sobraba.
 


Clara Voghan,  YO TAMBIÉN TE AMO (Fragmento de la novela)


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